Matilde vuelve a misa a los Jerónimos
Hace varias semanas, una carta al director de EL PAÍS lamentaba la interrupción de las misas-concierto que la Orquesta y Coro de San Jerónimo el Real ofrecían los cuartos domingos de cada mes. Subrayaba, además, la caprichosa coincidencia de esta crisis con la ampliación del Museo del Prado a costa del claustro de la iglesia, como si la millonaria construcción del Cubo produjera, por indeseada carambola, la pérdida de esta tradición religiosa y musical que se podría mantener con una pizca del chocolate del loro. Qué paradoja.
Don Julio Álvaro Redondo -así se llamaba el firmante de la carta- expresaba la misma inquietud que Matilde, una entrañable anciana conocida mía. Cuando esta buena católica se enteró de los problemas económicos que amenazaban este pequeño milagro sinfónico coral que una vez al mes recreaba la batuta de María Ángeles Calahorra, no ocultó su pesar.
-Me da mucha tristeza,me dijo, porque me voy a quedar sin misa los domingos.
Matilde ha cumplido 89 años y, como tantas abuelas en España, vive en la casa de su hija con ésta, con su yerno y sus tres nietos. Desgraciadamente, a Matilde, que ya ve muy mal, no la dejan salir a la calle sola. La familia de Matilde es católica ma non troppo. Los hijos no son contumaces practicantes, y los nietos, al igual que el 70% de los jóvenes españoles, no pisan una iglesia desde que dejaron el colegio. Mejor dicho: no la pisaban. Hace dos años, su nieta pequeña la acompañó al oficio vespertino de los Jerónimos y descubrió una de las brillantes misas brevis de Mozart. La joven, que flipa con Britney Spears y La Cabra Mecánica, jamás había escuchado en directo algo igual, y probablemente no conocía más temas mozartianos que los que reproducen las llamadas de algunos teléfonos móviles. Según Matilde, tampoco se había planteado jamás la necesidad de ir a misa. Simplemente, se acercaba a los Jerónimos para acompañar a la abuela. Pero, de paso, descubrió el embrujo de Amadeus.
-Y aunque la primera vez vino a disgusto, añadió Matilde, la verdad es que me ha llevado a misa siempre que ha podido. Seguramente era gracias a la música tan bonita que hacéis, pero creo que algo de la palabra de Dios también le llegaba.
Matilde está segura de que si Dios anda entre pucheros, como decía Teresa de Ávila, con razón de más asomará entre los acordes sublimes de Mozart, o de Bach, o de Beethoven, o de Schubert, o de Haendel, o de Vivaldi, que son los que ayudan en la misa cantada de los Jerónimos.
Hoy Matilde estará contenta. La sensibilidad de un mecenas, la buena voluntad del párroco y el tesón de María Ángeles Calahorra y de sus moralistas aficionados han hecho posible casi un milagro: se puede pagar a la orquesta, y vuelven, al menos hasta junio, las misas cantadas. Los genios de la música clásica serán de nuevo monaguillos de lujo, y, mira por dónde, quizá la nieta de Matilde regrese con su abuela a la misa vespertina. No es poca cosa, ni para la iglesia ni para la cultura musical de Madrid.
Hasta el cardenal Rouco, tan celoso de la ortodoxia, verá con buenos ojos que, como reclamaba el lector de EL PAÍS, se restaure una tradición que enorgullecía al foro. Tal vez se le llene el templo de madrileños que no son practicantes habituales. Pero tranquilo, monseñor: la buena música eleva el espíritu tanto o más que la más fina pluma de los evangelistas. Y hasta probablemente haya más alegría en el cielo por un pecador que va a misa a los Jerónimos una vez al mes que por cien justos que perseveran domingo tras domingo.
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