Disensiones en el país de Liliput
Cuando Manuel Fraga todavía era aquel rampante león de Villalba, con sus garras dialécticas afiladas, tronó contra la "sopa de letras" en que, según él, estaba deviniendo la vertiginosa floración de nuevos partidos políticos tras el franquismo. Veinticinco años después, el panorama es justamente el contrario: sólo dos grandes partidos, PP y PSOE, casi monopolizan la vida política española, pese a los devaneos nacionalistas y sin necesidad de que lleguen a aplicarse terapéuticas electorales correctoras como las que propone Juan Carlos Rodríguez Ibarra.
El fenómeno todavía resulta más evidente a escala de nuestra Comunidad. Nada más tres grupos parlamentarios se sientan hoy en las Cortes Valencianas. Aparte de los dos grandes, pervive mal que bien Esquerra Unida, con la aportación añadida del diputado Carles Arnal, de Els Verds, formación que para más inri acaba de integrarse en las candidaturas del PSPV-PSOE para las elecciones generales del próximo 7 de marzo, sin importarle la aparente esquizofrenia política que conlleva semejante decisión.
Pocos y mal avenidos, cabría decir, pues, de los militantes de aquellos grupos -numerosos, eso sí- que pueblan nuestro particular Liliput político. Esquerra Valenciana, la tercera pata de esa Entesa de progreso que ha conformado precariamente estos años con EU y con Els Verds, también va a presentarse a las próximas elecciones por su cuenta y riesgo, a pesar de ser conscientes de su absoluta inanidad.
Ése es el mal del que parecen adolecer todos estos grupúsculos: que, aunque manifiesten otra cosa, sólo se representan a sí mismos, no ya con la indiferencia cómplice de los electores, sino ante el más absoluto desconocimiento por parte de éstos. No hace ni siquiera un año, el Bloc Nacionalista, de la mano entonces de un imaginativo y audaz Pere Mayor, soñaba con hacerse un huequecito parlamentario. Incluso, un autor tan lúcido y brillante como Ferran Torrent llegó a fabular en su novela Espècies protegides con la existencia de ese grupo político bisagra a caballo entre los dos grandes y que rompería el reiterado bipartidismo.
Ahora, en cambio, bajo la dirección internamente contestada de Enric Morera, el Bloc acude a las próximas elecciones -llevando de la mano a otro impenitente náufrago de la política, Joan Francesc Peris y su Esquerra Verda- con la misma estólida convicción con que una res va hacia el matadero. A lo más que parece aspirar el BNV es a conseguir pactos puntuales con los socialistas, como el que acaban de cerrar en el ayuntamiento de Torreblanca para formular una moción de censura al PP y quedarse así con esa alcaldía hasta 2007.
¿Y qué decir de Unió Valenciana? El otrora poderoso partido de Vicente González Lizondo va dejando de la mano del recién elegido Julio Chanzá los postreros jirones de su pasado esplendor en cada recodo del camino. El ejemplo más reciente: la creación esta semana de un nuevo grupito, Unió Progressista, liderado por Lorena Ferrandis y David Marchuet, dos dirigentes derrotados en el pasado congreso del partido. Para colmo, la nueva formación le quita a la UV de la que procede dos de sus escasas alcaldías, la de Almàssera y Catarroja. Todo un palo.
O sea, que es probable que sí exista aquí una sopa de letras, como decía Fraga -a la que habría que añadir Unió Democrática del Poble Valencia, ERC y otros-, pero los electores parecen preferir platos más sólidos: o carne o pescado, o centro-derecha o centro-izquierda. Ése es el esquema bipartidista, más o menos imperfecto, que existe también en las grandes democracias occidentales: Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania...
Al margen de la conveniencia de que todas las sensibilidades políticas estén representadas en un régimen democrático, lo cierto es que existe una tendencia inevitable a la concentración del voto, la cual ha acuñado incluso la expresión de "voto útil". Y eso no se puede achacar a nuestro sistema electoral, que es de los más proporcionales que existen en el amplio espectro político. De aplicar aquí el sistema mayoritario de Gran Bretaña, por ejemplo, con circunscripciones reducidas y un solo diputado elegido por cada una de ellas, ni habría terceros partidos -Izquierda Unida desaparecería del mapa político- ni casi, casi, segundos partidos, machacados por la omnipresencia del ganador electoral de turno.
Pero ésa sería otra reflexión. La actual es que, a pesar de beneficiarse de un sistema proporcional, los partidos minoritarios se empeñan en escindirse y subdividirse repetidamente prestando muy escasa atención a los electores.
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