Carencia de carácter
"En Martirio hace un calor de pelotas, pero los periódicos que hay en el porche traen unas noticias que hielan la sangre". Así empieza esta novela. Antaño había novelas que empezaban sugiriendo su sentido en la primera frase; por ejemplo, la de Ana Karenina: "Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo". Ya no están los tiempos para estas densidades expresivas; sin embargo, cabría pensar si el inicio de esta Vernon Dios Little no es paradigma de un nuevo modo que, a su manera, contiene una visión del mundo, de un mundo que ha cambiado radicalmente desde la época de Tolstói.
La novela de DBC Pierre tiene una deuda cercana: la famosa novela de J. D. Salinger El guardián entre el centeno. De hecho el habla y la edad de los protagonistas de cada una se parecen tanto que bien podríamos subtitular la que nos ocupa como "Holden Caulfield en Columbine" porque, en efecto, donde Caulfield perdía los sticks del equipo de hockey y alteraba un par de normas de comportamiento y eso le empujaba a huir, Vernon D. Little se ve envuelto en la matanza de 17 compañeros de clase de su instituto y decide escapar a México como única salida.
VERNON DIOS LITTLE
DBC Pierre
Traducción de Javier Calvo
Destino. Barcelona, 2003
312 páginas. 20 euros
El narrador es el propio Little y en su narración mete un taco cada tres palabras, todas las cosas son putas cosas, todos los tipos son putos capullos y no hay nada que le satisfaga excepto pensar en braguitas de chicas -y tampoco- y nada que lo conmueva salvo algunos momentos de ternura fundidos en debilidad con respecto a una madre que le pone de los nervios. En fin, que odia a todo el mundo en general y a unos cuantos adultos de su entorno en particular. El problema que tiene el lenguaje de Little es que resulta repetitivo a partir de un cierto número de páginas porque no hay progreso en el personaje sino obcecación y vueltas a lo mismo; esta clase de escritura por lo juvenil siempre parece muy fresca, pero cuando se excede, empalaga de veras; Salinger no la apuró, le dio la medida justa; DBC Pierre, aunque en el último tercio y sin una razón suficientemente satisfactoria limpia la boca de su personaje, cansa.
Lo más interesante del relato
es la estructura. Todo procede de la mente de Little y su confusión, su odio al mundo, su deseo de alguna clase de ternura que él no confunda con debilidad, su participación en la matanza... están muy bien expuestas en una suerte de monólogo interior llevado con destreza; el propio lector ha de ir averiguando a través de esa cabeza no ya lo que pasó sino cómo es ese mundo que el ojo del chico ve completamente distorsionado por su propia insuficiencia personal y contextual. Durante el primer tercio, la novela camina realmente bien; en el segundo, el cansancio lingüístico se apodera del lector; en el tercero abandonamos los tacos, pero el autor, que no puede o no quiere sostener la historia tal como va, pierde los papeles y, de una parte, acude al disparate y, de otra, decide resolver el enigma.
El disparate comienza cuando Little es acusado de 17 asesinatos más, cuando un locutor de televisión decide montar una empresa audiovisual que rentabilice el suceso, cuando el chico se larga a Acapulco soñando con traerse a un bombón de chica que apenas conoce, la cual acudirá y le traicionará, cuando lo defiende un abogado idéntico a Brian Dehenny, cuando es condenado y pasa al corredor de la muerte, cuando la televisión organiza un concurso para decidir el orden por el que serán ejecutados los del corredor, cuando aparece un asesino en serie que Little confunde con el capellán y le da la llave de la vida...
Si antes hablábamos de Salinger, el turno es ahora de los posmodernos; esta clase de farsa es muy posmoderna, pero donde Pynchon o DeLillo o incluso el joven Franzen -que ya no es posmoderno, pero utiliza sus técnicas- controlan la situación desde un férreo manejo del sentido de sus novelas, DBC Pierre se tira al vacío sin paracaídas. En este último tercio, el disparate se dispara y el autor pierde los papeles y no sabe cómo resolver el embrollo en que se ha metido. Ha de dar una salida a su historia y quiere darla, quiere que el lector sepa por fin qué pasó y cómo acaba todo: y ahí patina definitivamente, pues busca una salida urgente y realista a un asunto que él decidió embarcar en lo disparatado. Un final que quizá hubiese aceptado -puesto que quiere terminar bien y en paz con todos después de dar a cada uno su merecido, el bien a los simples y buenos y el castigo a los malos- la forma de un colorín colorado que por lo menos enlazase con el tono de farsa, pero en modo alguno el realismo de fondo tranquilizador y moralizante que escoge después de haber aventado frenéticamente mierda sobre una sociedad pueblerina de la América profunda, sobre el poder de la televisión de transformar la realidad y sobre el sistema judicial americano. Ahí la novela queda desnuda y muestra su insuficiencia y su falta de carácter. La verdad es que me hubiera gustado conocer el criterio del jurado que concedió a esta novela el Booker Prize del pasado año.
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