_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Palillos

Resuenan los tambores de mi ciudad mientras escribo estas líneas, y percibo que mi pluma no se resiste a dar unos redobles. No me pondré sentimental, pues no soy nada fiestero y este vibrator del tambor no ha tenido nunca para mí esa capacidad sublimadora que parece tener para tantos otros. Pero me parece bien que se pongan guapos y le den al tambor como chiquillos. Con una pizca de ironía, diría que para participación ciudadana ésta, y que el demos donostiarra se realiza en torno al tambor. Esto no es una juerga cualquiera. No, no, aquí hay mucho orden, por más que corran abundantes el elixir y las angulas, y en este ritual se afirma nuestra ciudadanía. Donostia es este disfraz, y éste es un acto de afirmación más que de liberación. Que en un país de identidades una ciudad recurra al disfraz para realizarse me parece estupendo. En realidad, toda una definición de la identidad. Donostia siempre tan elocuente. I love Donostia.

La cota cero, no sé si de su paciencia o de su exigencia, era la aceptación de que éste es un pueblo y que por tanto tiene derecho a autodeterminarse, nos dijo Egibar en la reciente asamblea de su partido. Redoble number one. No sé si un pueblo exige la autodeterminación o si la autodeterminación exige un pueblo. ¿Qué es antes el deseo o su objeto? Si somos máquinas deseantes, la respuesta está clara, y si somos turbinas autodeterminantes también. Para tocar el tambor hay que disfrazarse, amigo mío, y no vale cualquier traje. El pueblo es ese disfraz adecuado para la ocasión, pero si en mi ciudad el disfraz es un jolgorio que nos vuelve inocentes, el disfraz pueblo tiene tendencia a convertirse en un lecho de Procusto, en el que a uno le cortan las piernas, o se las estiran, si no da la talla. Ajústese usted a la talla, nos dice Egibar, si no no entra. Menos mal que él se ha quedado un poco fuera.

De mandíbula a mandíbula, el PNV parece haberse desprendido de su lado más áspero. Redoble number two. El discurso de Josu Jon Imaz, además de razonable, tenía una virtud: estaba abierto al futuro. Imaz tendrá que maniobrar con los mimbres de que dispone, pero en sus palabras la hoja de ruta egibariana ha adquirido una vibración flexible: en ellas caben el plan Ibarretxe, su revisión y su renuncia, y este horizonte de flexibilidad es el que había perdido el PNV desde Lizarra, apresado entre tanta mandíbula de escualo. Conozco a Imaz y me parece una persona sin disfraz. Y las personas sin disfraz son aquellas que tienen todo un carnaval a su disposición. ¿Significa eso ser inauténtico? Amable o hirsuto, vestido de Arlechino o de Pantalone, la verdad del mar radica en sus profundidades. Espero que Imaz sepa ser todo lo florentino que es de desear. Ya está bien de políticos agrestes.

¡Se nos han ido tantos este año! Pujol, Arzalluz, Aznar..., lástima que la lista sea tan corta. Redoble number three. Aznar, ese señor tan gris y sin carisma, ha demostrado tener capacidad de mando y también un lado seductor. Al margen de la eficacia o ineficacia de su gestión, sobre la que habrá diversas opiniones, nadie podrá negar la línea ascendente de su figura y que se va con el triunfo en la boca. Me he preguntado dónde estaba la raíz de su éxito y eso me ha llevado a analizar su disfraz. Trabajo, seriedad y orden, esas son las máximas que ha querido escenificar. Es muy posible que los resultados de su quehacer de gobierno no se ajusten del todo a esos propósitos y que abunde la chapuza, pero ha conseguido imponer la imagen sobre la discutible realidad y esa imagen la ha representado en su persona. Aznar pone cara de póquer para enumerar sus logros, que los recita de forma contundente, seca, incontestable, con el estribillo machacón de que España es un país serio. Sólo cambia de cara para recriminar a quienes oponen el jolgorio, el caos y el desorden a tanta eficacia y seriedad; para amonestar a esa España de charanga y pandereta -identificada con la oposición- que es un freno para la España moderna cuya representación él asume. Y esa imagen ha calado porque ha removido un viejo complejo y ha sacado del baúl -incluso del baúl de la Historia- una imagen atípica pero complaciente. El tiempo, sin embargo, también mina los disfraces y Aznar ha acabado convirtiéndose en una parodia algo desagradable de sí mismo. Será igualmente el tiempo quien nos diga si esa imagen tenía alguna consistencia y nos haga ver la impronta que Aznar pudo imponer a una realidad que sin él se nos augura novedosa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_