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Columna
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Iowa: el fracaso de una campaña

De nada le han servido a Howard Dean los 3.500 entusiastas voluntarios venidos de otros Estados para apoyar su campaña; ni sus cofres repletos de contribuciones, que duplican las reservas de sus competidores para la nominación demócrata; ni el apoyo del ex vicepresidente Al Gore; ni su continua presencia en el Estado. El pasado martes, los demócratas de Iowa dieron un no rotundo al médico y ex gobernador de Vermont al relegarle a un humillante tercer puesto en las primarias, con sólo el 18% de los votos emitidos después de haber encabezado las encuestas durante varios meses. Iowa ha demostrado que la política de la ira y de la confrontación permanente con todo y con todos no es rentable, por lo menos en ese Estado del Medio Oeste. Quizás muchos demócratas de Iowa compartan una gran parte del ideario de Dean y su oposición a las políticas de Bush. Pero lo que su decisión del martes demuestra con claridad meridiana es que no comparten su agresividad y su estilo. En suma, los participantes en los caucus se han decantado por la elegibilidad y no por la ideología. Han creído que John Kerry, el senador por Massachusetts, con su historial de héroe de Vietnam y su experiencia senatorial en política exterior, tiene más posibilidades de batir a Bush en noviembre que Dean, sin experiencia política a escala nacional y con un flanco vulnerable en el tema de la seguridad nacional, sin duda una de las cuestiones clave en la campaña presidencial.

Dean conecta perfectamente con yuppies, élites intelectuales de las dos costas, profesiones liberales y jóvenes idealistas de las bases demócratas, pero tiene dificultades para que su mensaje e, incluso, su lenguaje culto calen en el johnny sixpack o americano medio. Recientemente, Dean reconoció en una entrevista periodística que había metido la pata en una de sus declaraciones referentes a Osama Bin Laden. Pero, en lugar de hablar de metedura de pata, utilizó el afrancesado término de contretemp, una palabra que, aunque admitida en el diccionario, es incomprensible para el común de los estadounidenses. El aspirante debería recordar la deliciosa anécdota del candidato demócrata a la presidencia, el culto Adlai Stevenson, dos veces derrotado por Dwight Einsenhower en los cincuenta, quien contestó con estas palabras a la felicitación de un incondicional que le aseguraba tras un discurso que "todos los americanos pensantes le votarían". "Pero", respondió Stevenson, "¡yo necesito una mayoría!".

Aunque Dean -como Kerry, la revelación John Edwards, segundo en Iowa, el general Wesley Clark y el senador Joe Liberman- ha prometido continuar la lucha hasta el final, si no gana New Hampshire el próximo martes, sus aspiraciones para la nominación se verán seriamente mermadas. El efecto Iowa ha comenzado a sentirse en New Hampshire, donde Kerry ha roto el liderazgo de Dean y encabeza los sondeos desde ayer. Queda mucha campaña por delante, y Iowa y New Hampshire representan sólo el pistoletazo de salida. Michael Dukakis quedó tercero en Iowa en 1988 y, al final, fue nominado candidato. Bill Clinton no se presentó a los caucus y llegó a la Casa Blanca. John McCain arrasó en New Hampshire en 2000 y perdió la nominación frente a George W. Bush. El problema para Dean es que, después de New Hampshire, las primarias del 3 de febrero se celebran en Estados que, con la excepción del pequeño Delaware, no le son especialmente favorables (Arizona, Misuri, Nuevo México, Dakota del Norte y Carolina del Sur).

En todo caso, los sorprendentes resultados de Iowa han tenido una virtud. Por un lado, han inyectado dinamismo a una campaña por la nominación demócrata, que hasta ahora languidecía por el empuje inicial de Dean, y, por otro, han obligado a los estrategas de la Casa Blanca a un replanteamiento de su estrategia, basada en poner de relieve lo que calificaban de carencias del ex gobernador de Vermont. Para el gurú político de Bush, Karl Rove, sería poco creíble utilizar el tema de la seguridad nacional contra Kerry y Edwards, que votaron en el Senado a favor de la guerra de Irak, y descabellado hacerlo contra un general de cuatro estrellas y ex comandante supremo de la OTAN, Wesley Clark.

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