_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'La sibila'

José Luis Ferris

Hace diez años, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo dedicó una retrospectiva a la pintora más fascinante, provocadora y universal que ha dado Galicia y el siglo XX. Les hablo de Maruja Mallo, una artista nacida en Vivero (Lugo) en 1902, que se marchó a Madrid, estudió Bellas Artes en San Fernando, se introdujo en los ambientes vanguardistas de la Residencia de Estudiantes (Alberti, Lorca, Dalí, Buñuel), y debutó en 1928, de la mano de Ortega y Gasset, en los salones de la Revista de Occidente con una obra (óleos y estampas de Verbenas y Fiestas populares) que entusiasmó a la crítica y sorprendió a plumas como las de Manuel Abril, Antonio Espina, Benjamín Jarnés o Juan Chavás. Aquel éxito, lejos de envanecerla, provocaría en su ánimo un afán creativo que, apenas un año después, tras contactar con los artistas de la Escuela de Vallecas (Palencia, Alberto Sánchez), dio un giro a su producción y la pobló de sombras, cloacas, esqueletos, harapos, retamas, y basuras. Todo un descenso a los infiernos que cautivará a los surrealistas franceses cuando en 1932 exponga en París. Son años en busca de la matemática secreta de la naturaleza y de un largo exilio a Argentina a partir de 1937. Momentos intensamente creativos con sus Arquitecturas humanas, Retratos bidimensionales, Naturalezas vivas... Y luego su vuelta a España allá por el 63, sumiéndose en una vida semirretirada, pintando poco, hasta que la movida madrileña de los 80 la recupera y la transforma en icono y personaje de la vida social. Maquillada como un maniquí de Ramón Gómez de la Serna o como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses, con zapatos de plataforma y un abrigo de nutria bajo el que nunca llevaba nada, trató de paliar su soledad. Murió el 6 de febrero del 95, apenas un año después de que el posfranquismo comenzara a tenerla en cuenta como esa artista íntegra, libre, rigurosa y desinhibida a quien Ramón apodó la brujita Joven. "Aunque yo le dije", recordaba Maruja antes de morir, "que prefería que me llamara la sibila". "Tiene usted razón", dijo él, "porque brujita es de pueblo y sibila es universal".

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_