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Columna
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Farolas en la ciudad

La noticia dice que la remodelación de la plaza del Ayuntamiento de Valencia ha terminado con la instalación de farolas tipo Mare Nostrum creadas para la ocasión. Confiemos en que los puestos de flores encuentren en esta ocasión la iluminación adecuada para su colorista actividad. Ni escasa ni deslumbradora. Pues sucede que en Valencia no son únicamente los pilotos de líneas aéreas quienes advierten que al despegar del aeropuerto de Son Sant Joan en Palma de Mallorca, nada más alcanzar la altura de crucero, se divisa un resplandor excesivo en el horizonte. Ni tampoco aquel fotógrafo que tras haber fotografiado varios de los monumentos más representativos, jura y perjura que para contemplar con nitidez la pieza elegida tuvo que situar pantallas protectoras. Ni tan siquiera los miembros de las tribus urbanas que presumen, alardeando gozosos de la situación, de la posibilidad de proveerse de gafas de última generación para hacer frente a la intensidad de las luz en la concurrida noche valenciana.

Resulta que son también los científicos quienes han tenido que advertir lo que cualquier ciudadano había podido ya comprobar. La contaminación lumínica reinante puede ser también inconveniente para la salud. Cinco investigadores solicitaron en su momento una entrevista con el conseller de Cultura para entregarle la "Solicitud de una convención para la salvaguarda y protección de la bóveda celeste en la Comunidad Valenciana". Confiemos que Esteban González muestre en este caso la predisposición que apunta cuando reclama de la sociedad más responsabilidad por su alejamiento de la Universidad, o de las instituciones más energía para la utilización de la lengua propia sin limitarla al ámbito de la educación.

Igualmente debe indicarse, ante posibles posturas interesadas, que con la intensidad lumínica no se acaba con la inseguridad ciudadana, como se puede día a día comprobar. Mientras que con la protección de la bóveda celeste se puede detener la contaminación lumínica de las ciudades, lo que facilitaría observar el firmamento a investigadores y personal sensible en general, y evitaríamos perturbaciones del sueño, accidentes de tráfico, derroche energético, y un notable impacto ambiental.

Hace ya algún tiempo fue solicitada la declaración del cielo valenciano como bien de interés cultural, lo que se denegó por no encajar, según dicen, en esta definición. Ello no obstante otras comunidades autónomas, como Canarias o Cataluña, protegieron el suyo. Más recientemente un informe elaborado por especialistas de la Universidad Politécnica y del Ayuntamiento de Valencia afirma que la falta de coordinación en la instalación del alumbrado público ha sido la causa de la contaminación lumínica en la Albufera. Por ello aconsejan luminarias más eficientes con menor dispersión del cono de luz, reguladores de flujo, lámparas libres de residuos y horarios de iluminación mediante ordenanza municipal.

La cuestión reside pues, en que nuestras autoridades asuman la responsabilidad de dar solución a esta agresión que sufre otro de nuestros sentidos. Tras el oído, por los ruidos, la vista con el deslumbramiento. Luces que ocultan más que advierten. También está el gusto estético de esa Valencia guapa de la que hablaba hace algún tiempo Joan Olmos, atrapada por la multiplicación del mobiliario de cuestionable diseño, la precipitación de inmuebles, la congestión de tráfico y la proliferación de farolas innecesarias.

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