Brigadas Aguirre
Las Bescam, Brigadas Especiales de Seguridad de la Comunidad Autónoma de Madrid, nunca patrullarán por nuestras calles, un proyecto más de la presidenta Aguirre que se queda en "agua de borrascas". Chuzos de punta han llovido sobre este plan incomprendido y criticado por tirios y troyanos, manzana de la discordia que agria aún más las tensas relaciones entre la primera autoridad comunitaria y los suyos al tiempo que proporciona nueva munición dialéctica a los otros, sus rivales políticos, que aún no se han repuesto del todo de la última cita electoral en la que ardió Troya por culpa de un Tamayo.
Los brigadistas de Aguirre no llegarán a lucir sus nuevos distintivos, no serán especiales, ni siquiera serán, porque doña Esperanza ha rectificado -a la fuerza ahorcan- y ordenado "reconducir" el proyecto. Reconducir, fantástico eufemismo por abortar o abandonar sin reconocer el fracaso ni el error. Las Bescam no natas serán reconducidas al limbo administrativo y archivadas en la A de Aguirre, que empieza a acumular un abultado expediente de promesas incumplidas y planes rotos.
Los tirios del Gobierno y los troyanos de la oposición rechazan el proyecto por diferentes razones y alguna que otra sinrazón. Cuentan que los populares, hipersensibilizados con todo lo que suene a nacionalismo, han visto en el proyecto de las brigadas madrileñas el posible embrión de una nueva policía autonómica, como los mossos de Cataluña o los ertzainas vascos, un tema especialmente delicado y particularmente inoportuno que podría remover los finos huesos del intangible esqueleto constitucional que no está para bailes y poner en peligro la unidad anatómica y autonómica de España.
Exageran, pero en estos días preelectorales todos exageran y toda precaución es poca, sobre todo para un partido que ha decidido enarbolar como estandarte de su campaña el del patriotismo fetén y vive su momento de fervor hipernacionalista español frente a los patriotismos disgregadores de los nacionalismos periféricos.
Desde luego, cuesta imaginar a Esperanza Aguirre como inspiradora y líder de un embrionario movimiento nacionalista madrileño, pero aún costaba más imaginarla como ministra de Cultura y allí estuvo.
La irreductible oposición troyana ayer rechazaba el proyecto, y hoy rechaza su "reconducción", anunciada por Aguirre ante la Federación de Municipios de Madrid. Si no queréis mis policías especiales -vino a decir la presidenta a los alcaldes- os daré dinero para que contratéis por vuestra cuenta policías normales y os ocupéis de vuestra propia seguridad. Una iniciativa que recuerda la historia del criador de cerdos que, tras ser multado en varias ocasiones por su forma de alimentar a los animales, respondió al inspector que le interrogaba otra vez al respecto: les doy veinte euros a cada uno y que se compren lo que quieran.
El alcalde socialista de Alcobendas, José Caballero, expresó en voz alta ante la Asamblea lo que pensaba del tema acusando a la presidenta de pasar a los ediles la pelota, pelota caliente, de los asaltos y los asesinatos en sus localidades; luego, tras abandonar la Asamblea en señal de protesta, comentó a los informadores sus sospechas de que detrás de proyectos como el de las Bescam podría ocultarse un astuto plan para privatizar los servicios de seguridad.
El dinero, generosamente reconducido por Aguirre de las brigadas a los alcaldes, sería, según esta hipótesis, otro regalo envenenado, una tentación para los munícipes de talante neoliberal que un día no demasiado lejano podrían encargar policías a medida a una eteté, subcontratar guardias con empresas privadas de seguridad, o gastarse la pasta en cámaras de videovigilancia, perros adiestrados o vehículos blindados, según sus aficiones personales o sus comisiones empresariales.
Cuesta un poco imaginárselo, pero a mi aún me costaba más imaginar a Esperanza Aguirre como presidenta de mi Comunidad y ahí está, ahí está, más firme que la Puerta de Alcalá y derrochando creatividad con novedosas iniciativas, aunque de momento se las reconduzcan desde La Moncloa.
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