Tratamiento
Mujer sentada en banco público. Yo misma. Monólogo reflexivo.
-Nena, no tienes solución, siempre ves la parte mala del asunto. Debes hacer algo con ese humor, todos te lo dicen.
Agarro el periódico. La noticia de la muerte de Joan Reventós, su fotografía, en portada. Trago y paso. Segunda página: Berlusconi. En apuros, pero vivo. Trago y paso.
-Ay, nena, arriba ese ánimo. Este país es Jauja, y el mundo, una juerga global.
Me quejo de vicio, creo, debido a que carezco de fe en las autoridades y en los autoritarios, en los particulares y en los totalitarios, en los ilusionantes y en los ilusionados, en los utilizados y en los utilitarios. La vida me ha vuelto asquerosamente realista. Pero voy a intentarlo. Empezaré por lo sencillo.
Supongamos que las agujetas que fastidian todo mi cuerpo desde ayer no las adquirí desahogándome haciendo ejercicio en el gimnasio, sino que se deben a una noche loca de revolcones con, a ver, bueno, aquí entra un amplio elenco, como me lo estoy inventando pueden tener participación hasta los extras de El último samurái.
-Hombres y mujeres. Exotismo, zoofilia, loewefilia. A por todas, nena.
La mujer madura, sentada en el banco, que monologa sin que nadie le preste atención, sabe que, solucionado el problema de la carne, sólo le queda poner orden en lo ideológico.
-¿Dónde está? Espera, por aquí la tenía.
Busco en mi bolsillo los dos euros que me han entregado con el cambio en la farmacia, junto con mi Trankimakin preelectoral.
-Lee, nena, lee.
Contemplo la moneda con arrobo. Es de Francia y lleva escritas, en vez de soflamas patrióticas o afirmaciones religiosas, las palabras Liberté, Égalité, Fraternité. Me pongo a deshojarla como si fuera una margarita: ¿Me libera, me iguala o me fraterniza?
-¿Qué más puedes pedir? Recién revolcada por los descosidos y las descosidas y, además, nena, eres una europea de la Revolución Francesa.
En verdad que, después de este tratamiento, me siento capacitada para negar la necedad cruel de que Joan Reventós haya muerto mientras los Berlusconis siguen entre nosotros.
Olvidé advertirles: en mis desvaríos siempre me llamo nena. Otra licencia virtual, ya me comprenden.
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