Encrucijadas africanas
Estamos a las puertas del mayor encuentro sobre África que se haya realizado en este país: en el IV Congreso de Estudios Africanos África camina, que se inaugura hoy en Barcelona y se prolongará hasta el jueves, se dan cita universitarios, artistas, cooperantes, empresarios y periodistas, rozando el centenar de participantes. Sorprende favorablemente la elección hecha por los organizadores al dar título a esas jornadas ya que, más que hablar de marginalidad o caos, han preferido señalar que África está en marcha, caminando en múltiples sentidos. Y en cada una de las rutas actuales, los pueblos de África se hallan con encrucijadas, con opciones que serán determinantes en futuros muy cercanos. De todo ello debatirán africanos y occidentales en la Llotja de Mar de Barcelona.
Hace ya un centenar de años, Joseph Conrad habló del "corazón de las tinieblas", nombre usado en la época para referirse a supuestos mundos africanos dominados por la brutalidad y las pasiones. Pero Conrad supo, por su propia experiencia en aquel Congo esquilmado por Leopoldo II de Bélgica, que la peor tiniebla estaba en el corazón humano, y muy particularmente en el alma ensombrecida de los colonizadores modernos. Las truculencias que Conrad y otros honestos occidentales denunciaron entonces tal vez tuvieran la bendición de alguna divinidad moderna, favorable al éxito obtenido a cualquier precio, pero desde luego no la de los dioses que en todo tiempo y lugar han acompañado el quehacer humano en el seno de un universo dinámico y armonioso: en cualquier caso, el dios de los colonizadores no podía ser el dios de África, del que habló el nigeriano Azikiwe en una de sus arengas al salir de la cárcel.
El desastre colonial en África se añadía a los 400 años de crispación predadora, produciendo y exportando esclavos hacia la América de las plantaciones. Desde mediados del siglo XV, los esclavos negros fueron considerados en Europa "el comercio más interesante" (el que dejaba mayores intereses financieros), y eso se validó con referencias eruditas a la descendencia de Cam y al salvajismo improductivo de los negros. Junto a Asia, África resistió la marea expansionista del moderno Occidente durante cientos de años, pero el precio fue la quiebra de los sistemas clásicos, la banalización de la violencia y la invasión de sus cosmologías por espectros amenazadores y divinidades destructoras. El ataque colonial completó el desbarajuste sometiendo a todos los pueblos al modelo único diseñado por la burguesía humanista: un progreso y una igualdad basados en el simple arbitrio del individualismo de unas oligarquías carentes de mesura y de legitimidad. A las décadas coloniales siguieron otras bajo dirección de regímenes miméticos que sólo han aportado mayor fragilidad organizativa y mayor desesperanza. Y pese a todo, como decían recientemente Chabal y Daloz, "África camina".
La imagen que en nuestro país -y en todo Occidente- se suele tener de África es la de un mundo convulso, azotado por hambrunas y guerras enloquecidas. Tremendismos aparte, el continente africano dispone de una capacidad de reacción que asombra a expertos y organismos exteriores al continente: en la última década las exportaciones agrícolas han emprendido una tímida recuperación, los Estados han logrado en muchas ocasiones reducir sus efectivos funcionariales sin desmoronarse, las jerarquías tradicionales se han rehecho en gran parte del continente hasta ser interlocutores constitucionalmente aceptados por los gobiernos, y la economía de bazar impera dejando algunos intersticios para el mercado internacional.
Sería un error olvidar que el bazar no es una variante caótica de nuestro mercado capitalista, sino la expresión de otro modelo cultural en el cual se atiende a la par ganancia y reconocimiento, dinero y prestigio, un binomio que impide el beneficio al margen de una redistribución amplia, como señaló en su día Pollanyi. A esta realidad mayoritaria, omnipresente, pujante, se suman las economías estatales y de mercado, e incluso la apuesta de la NEPAD (Nueva Estrategia de Cooperación para el Desarrollo Africano), impulsada por el senegalés Wade y el surafricano Mbeki, tratando de conciliar sectores de mercado con la fuerza social del bazar y con una recuperción incluso oficial de los valores clásicos africanos.
En 1981, el lingüista Pathé Diagne invitaba a los universitarios africanos a emprender una ruptura con el "desequilibrio permanente de una civilización mundial dominada por la cultura semítico-occidental, enferma de la filosofía del uno, de lo único, de lo idéntico, de potencia reduccionista". Sus palabras, recogidas en unas asombrosas tesis neofaraónicas para una nueva era de la humanidad, resuenan todavía en los campus de África y ganan audiencia entre la nueva intelligentsia continental. Modernidad y tradición, democracia y jerarquía, racionalismo y metafísica, ciencia y cosmovisión integrada, revolución e identidad, éstos son algunos de los binomios que cuestionan a una juventud universitaria, occidentalizada en las formas pero cada vez más consciente del sentido histórico de un paradigma moderno cuyo colofón devastador es la globalización ecocida, culturicida y -si no se le pone freno- simplemente homicida.
El muntu, el anthropos africano, tal vez no esté en cuestión como pensó Eboussi-Boulaga en los ya lejanos setenta, pero la ruta enloquecida del moderno humanismo puede que se halle hoy en el centro de los debates que van a reunir a decenas de especialistas en África, occidentales y africanos, sin límites de escuela ni convicción. Éste podría ser un excelente momento para escuchar, contrastar y esbozar horizontes para una África tradicional maltrecha, pero también para un Occidente moderno que ni siquiera es consciente de su mal. La cita no resolverá la multitud de dificultades ante las que se hallan África y Occidente, pero puede ser un jalón en el desbroce de la maleza global que nos atenaza a todos.
Ferran Iniesta es presidente del Congreso Internacional de Estudios Africanos.
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