El viento
Las cosas que pasan también forman parte del viento. Algunas veces la historia universal de cada día se comporta como una brisa muy dulce que ondula los campos de alfalfa, agita las páginas del libro de poemas que estás leyendo, arranca las sílabas de los mejores versos y se las lleva por el aire para depositarlas sobre las cepas de la vid, que ahora duermen. La historia universal de cada día también se compone de esa llamada de teléfono sin importancia que has recibido esta mañana: un amigo te ha preguntado cómo te encuentras. Te sientes muy bien, acabas de tomar el tercer sorbo de café, miras por la ventana y ves que la historia universal hace cabecear ligeramente la copa de los árboles. No hay que venirse abajo si luego compruebas que el periódico no da esa noticia a tres columnas, pero debes insistir hasta que descubras que los titulares más negros de primera página no son sino un desfile de hormigas. Otras veces el viento trae el hedor de un burro muerto que se está pudriendo a miles de kilómetros de distancia cuya tripa abierta acaba de liberar una bandada de cuervos bien alimentados. A medida que se acerca se le oye graznar a coro el Himno a la Alegría de la Novena de Beethoven y el cuervo mayor lleva en el pico el anillo de oro con que el Papa ha bendecido a la humanidad y que ha sido besado por sucesivos tiranos. La historia universal de cada día se cimbrea ahora levemente en la antena colectiva del tejado donde la bandada de carroñeras ha hecho un alto en el camino. De repente, en la pantalla del televisor ha aparecido el signo de la cruz y en ese momento ha estallado una bomba de mil kilos en la puerta de tu casa, pero debido a un raro prodigio no te ha causado un solo rasguño ni ha derribado una lámpara, ni siquiera ha hecho vibrar la cubertería de plata en el aparador. A veces la historia universal de cada día se comporta de una forma muy irónica. Los efectos de esta terrible explosión se han producido en un país lejano donde esa bomba ha producido centenares de muertos. Hacia ese banquete ha partido la bandada de cuervos desde tu tejado llevando el anillo de oro en el pico y las palabras fétidas de los políticos en las garras, mientras tú has quedado con un libro de poemas en las manos cuyas páginas están vacías. El viento de la historia arrancó los mejores versos y se los llevó hacia la vid. Llegado el tiempo, la cosecha madurará en las barricas de roble y un día al levantar la copa podrás leer al trasluz del vino unos versos de sangre que significaban todo el amor de la tierra.
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