Feliz 2004
Es más fácil, por lo visto, poner a todo un país en vilo, desde Lanzarote a Port Bou, con una campaña llamada Plan que aprobar unos presupuestos. Pero las cosas están así de desquiciadas. El que no sea capaz Ibarretxe de aprobar sus presupuestos no significa que no pueda cambiarnos la Constitución en este 2004 con la colaboración de a los que les toca en esta coyuntura histórica hacer la barrabasada del momento. Veinticinco años de estabilidad dejan a los españolitos, que ahora no tienen su corazón helado por una de las dos Españas, con ganas de meterlo en el congelador, con ganas de renunciar a la estabilidad, y de volvernos a las andadas históricas de las dos Españas que a la postre no eran ninguna. Por cierto, feliz 2004, espero que no sea como el 34, el de la Revolución de Asturias. Y no digo que vayan a ser iguales; lo que quiero es que el lector rememore el 34.
Lo de ahora huele demasiado a bronca preelectoral, a toma del poder caiga quien caiga
El año en el que hemos entrado va a ser de retos, con una serie de elecciones, las más importantes las generales, precedidas por el ascenso de Maragall al poder catalán que ha condicionado ya el rumbo político del PSOE. Parecía que la apuesta de Ibarretxe era un delirio, pero aunque siga siendo un delirio, lo cierto es que se va a ver acompañada por las reivindicaciones, éstas del primer partido de la oposición, aquel que apoyara la LOAPA poco antes de ganar las elecciones en el 82, dirigidas a fomentar el proceso centrífugo de la periferia autonómica como estrategia política para desbordar al PP.
Total, que aunque sólo sea por interés electoral se está abriendo la caja de los truenos, abriendo un serio y profundo problema, el del centro y la periferia, que también supone matizadamente el de la involución frente al Estado moderno. Problema que se cerró hace veinticinco años, excepto con ETA, con todos, incluido el PNV de entonces. Con Cataluña y Andalucía en gesto retador de Maragall y Chaves toma tal dimensión el arrollamiento del Estado unitario que lo de Ibarretxe parece una menudencia. Menudencia legitimada por las reivindicaciones reformadoras de los estatutos del primer partido de la oposición, un partido de pedigrí nacional. A su vez, ese encuentro reivindicativo posibilitará un acercamiento entre el nacionalismo vasco y los socialistas. Metidos en esta dinámica es inevitable no advertirlo.
Quizás fuera necesaria una revisión del modelo y organización territorial tras veinticinco años, pero lo de ahora huele demasiado a bronca preelectoral, a toma del poder caiga quien caiga, a espontaneísmo sin reflexión, y rememora demasiado el fantasma de las dos Españas que cerró el consenso constitucional, como para que el ciudadano de a pie no esté preocupado. Síntoma de ese tono bronco y propagandístico es que la característica común de todas esas reivindicaciones periféricas, desde la de Ibarretxe a la de Chaves, es su unilateralidad, no la búsqueda del acuerdo.
Se está abriendo la puerta a los fantasmas del pasado y aunque se pueda excusar diciendo que sólo son escaramuzas de diversión propagandística y electoral, un mero jugueteo, que el Estado aguanta lo que le echen, lo cierto es que no están las condiciones propias ni las internacionales, con la guerra de Irak y los alemanes y franceses diciendo lo de l'Europe c'est moi, pasando por su mejor momento. También hubo optimistas que decían que el cuartelazo del Caudillo era cuestión de veinticuatro horas. Y mientras, los empresarios vascos, que no pueden ser muy explícitos, reclaman normalidad institucional. No nos volvamos locos arrollando al Estado y su estabilidad por arrollar al PP.
Es muy diferente un partido cuando le toca gestionar ese espacio común de civilidad que constituye el Estado moderno que cuando está en la oposición. Máxime, cuando su cultura política no es su fuerte, tiene más cultura sindicalista. Aún estando en el poder, la no distinción de los colores de los gatos con tal de que el pragmatismo lo dominara todo le atrajo el serio problema de la corrupción explotado con exacerbada crueldad por el PP. Incluso en la detención de Roldán fueron injustos los del PP. Pero las vendettas de partidos, el revanchismo histórico que ahora se exacerba desenterrando a los fusilados de las cunetas, no deben permitirle al PSOE devolverle a su movimiento pendular histórico, entre el pragmatismo sindicalista de Largo y el teoricismo político de Prieto, abandonar éste último y tomar el rumbo hacia la sedición, como en el 34, precisamente cuando no existe un partido de izquierda de repuesto, como lo hubo en el 36, que la mantenga de pie a pesar de la derrota.
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