Espadas como labios
Dos son las partes en que podemos dividir este exuberante libro de Richard Cohen, campeón de esgrima, redactor de The New York Times y editor. Una de ellas, la llamémosle deportiva, se centra en anécdotas sobre la esgrima en su vertiente de competición moderna. En buena lógica, cuanto mayor sea el interés por las vicisitudes del florete, la espada y el sable, mayor será el disfrute del lector. Las anécdotas que se cuentan quizá sirvan también como guía para esas novelas que basan su argumento en una metáfora detonante y, al fin, un poco obvia. Así, en boca de uno de los muchos campeones que desfilan por esas páginas: "La pista de esgrima siempre me ha parecido una metáfora de la vida: aquel que sabe moverse en ella, que sabe cómo vencer a un rival de manera honesta, ha descubierto en realidad cómo ha de ser la vida misma". Pues ponle música y está hecho.
BLANDIR LA ESPADA
Richard Cohen
Traducción de Patricia Antón
Destino. Barcelona, 2003
556 páginas. 24 euros
Como se habrá deducido, la parte deportiva me parece la menos interesante. La histórica, el desarrollo de la espada a lo largo de los siglos y en distintas latitudes, las circunstancias que rodean hechos culturales casi extinguidos como el honor, es, sin exageración, apasionante. Quizá me esté volviendo loco, pero Blandir la espada me recuerda a un Vigilar y castigar en lo que el propio Foucault llamaba "andar a tientas en la investigación empírica". Eso sí, Cohen no saca conclusiones a cada paso y sus objetivos no son tan "arqueológicos" en su abisal profundidad como los del filósofo francés: lo suyo es puro deleite. Pero me hubiera gustado saber la opinión de Foucault sobre ese ritual excluyente, el duelo, que si ha dado pie a una de las mejores novelas cortas de la historia (El duelo, precisamente, de Joseph Conrad) no ha sido objeto hasta este libro de un registro tan apabullante, tan luminoso por lo que elude y, en mi opinión, sugiere: si con los siglos, el concepto "honor" se ha perdido, continúa la canallesca implícita en el abuso hipócrita del poder que el concepto desbordaba. En otras palabras: la habilidad con la espada podía ser determinante para las mayores aberraciones psicopáticas y aún así, la facilidad para batirse en duelo, para refugiar tras el honor la ambición o la sed de violencia, llevaban implícita la capacidad social de salir impune en caso de vencer, de matar. También me gustaría saber la opinión de Frederic Jameson (y un poco la de Freud) sobre la tenacidad duelista de Karl Marx, registrada en estas páginas con abundante sentido del humor.
Blandir la espada, ya lo he dicho, es prolijo, minucioso y bastante inmenso. Por sus páginas desfilan desde el verdadero D'Artagnan hasta todos los falsos, desde el arte de templar espadas hasta cómo hundirlas en el cuerpo enemigo mediante estocadas secretas, de Cyrano a Darth Vader y al maestro de esgrima que tras él se enmascaraba...
Intentaré resumir el espíritu de su contenido y aportaciones en una historia, una definición y un chiste.
A dos oficiales del empera-
dor japonés se les trabaron las espadas cuando uno subía y otro bajaba la escalinata de palacio. Ese tropiezo casual, en su código de honor, significaba que cada uno se debía interesar a partir de ese momento por el destino de la espada del otro. El caballero A, quiso enzarzarse en una discusión. El caballero B tenía prisa, ya que se hallaba en el cumplimiento de una misión, y quiso restar importancia al asunto. "Eso ya lo veremos", dijo el caballero A, mientras desenvainaba su espada y la clavaba en el propio pecho. El caballero B, supongo que algo confuso, se dirigió a cumplir las obligaciones de su misión. En cuanto ésta finalizó, y ya de regreso a la escalinata, se encontró al caballero A agonizando. Así que sacó su espada y se partió el corazón con ella mientras exclamaba: "Muero satisfecho puesto que he tenido el honor de convencerte de que mi espada es tan buena como la tuya". Ésta ha sido la historia. La definición corresponde también al ámbito japonés. Se refiere al término tsujigiri: "Probar una espada nueva en un paseante fortuito". El chiste, cómo no, es de Mark Twain: "El duelo francés es el más saludable de los entretenimientos porque permite el ejercicio al aire libre".
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