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Columna
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Purga o renovación

Hay verbos que tienen prestigio de por sí y bendicen todo lo que acompañan. Renovar es uno de ellos. También lo son sus parientes reformar o cambiar. Por eso se utilizan mucho en política. El lector puede hacer una prueba: salga a la calle y pregunte a la primera persona que se le ponga a tiro si está a favor, pongamos por caso, de reformar los registros mercantiles. Estoy seguro de que recibirá un sí entusiasta o, si me permiten ponerme cursi, ilusionante.

Renovadores se llamaban aquellos que en el PSOE decidieron acabar con los guerristas, lo que les permitió lucir a muchos de ellos unas medallas que ni se plantearon conseguir en la lucha antifranquista. Pero el poder, por ínfimo que sea, termina contagiando sus patologías a todos los que acceden a él. Recuerden, si no, el Viva Zapata de Elia Kazan.

A pesar de su antiguo afán renovador, las maneras que lucen hoy los que derrocaron al guerrismo son idénticas a las que tanto les molestaban cuando eran otros los que agarraban el mango de la sartén. Y lo mismo sucede con los zapateristas, que llegaron para imponer el "cambio tranquilo". ¿Se acuerdan?

En Málaga y en Sevilla, una vez más, han brillado las navajas a la hora de elaborar las listas electorales. En Sevilla manda en el PSOE un renovador -o, si lo prefieren, un post-guerrista- y en Málaga una zapaterista. Pero no parece que haya mucha diferencia: el lema de ambos ha sido el de "al enemigo ni agua".

Reformar es no sólo prestigioso, sino necesario. Permanecer en los mismos puestos y tareas crea rutinas invencibles y atasca las ideas. No tiene nada de raro que el PSOE andaluz haya decidido prescindir de la presencia en sus listas de históricos como Amparo Rubiales, Carlos Sanjuán o José Asenjo. Lo que está por ver es que el cambio haya sido para mejor.

Suele ser inevitable que desde el poder -desde cualquier tipo de poder- se procure que nadie saque la cabeza sobre el líder. Hay excepciones: un político como Aznar, malencarado y lleno de defectos, no cayó sin embargo en esta tentación y ha permanecido rodeado en el Gobierno de gente que resplandecía más que él. Pero, ya digo, no es lo común.

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Lo malo es que el proceso de selección adversa que viene sufriendo el PSOE ha afectado a la calidad de sus líderes, que son los que marcan el patrón. Que Alfonso Guerra no permitiera que brillara nadie más que él era grave. Pero que lo haga la líder socialista malagueña Marisa Bustinduy es catastrófico.

Y luego están las maneras. Amparo Rubiales y Carlos Sanjuán -que ha sido diputado desde las elecciones constituyentes de 1977- han desaparecido de las listas sin que nadie les diera una explicación, ni siquiera telefónica. Las jubilaciones -e incluso las prejubilaciones- tienen sus ritos: un reloj con el nombre de la empresa grabado en la esfera, una palmadita en la espalda, un discursito agradeciendo los servicios prestados...

No son simples formulismos. Son las maneras las que permiten distinguir una renovación de una purga.

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