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VISTO / OÍDO
Columna
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Sangre, testículos, honor

No se puede decir que los Windsor hayan dispuesto por primera vez de una vida humana, especialmente de las de sus esposas: como los Tudor, los Estuardo, los Battemberg. Me refiero a estas familias porque su hacha fue famosa en la Torre de Londres, y el odio entre esposos lo liquidaron los machos como tienen por costumbre y alguno ocasionó un cisma en la cristiandad que no se arreglará nunca más. Así, cuando el Daily Mirror, ayer y hoy, me dice que la princesa Diana dejó escrito que su marido, el príncipe de Gales, la mataría fingiendo un accidente de automóvil, y que el coroner abre una investigación, me extraña poco. Algo, sí: que en esas capas de poder no se investiga, y que las constituciones llamadas democráticas dotan de inmunidad a las realezas. Pero el coroner no puede dejar de escuchar otro poder: Mohamed Alí Fayed, padre del amante de Diana, que murió con ella en el coche estrellado. Y quizá abuelo frustrado: se va a investigar si Diana estaba embarazada, lo que explicaría muchas cosas. Una, que era un deshonor tener un hijo árabe: que el futuro rey -muerto o abdicado Carlos- no podía tener un hermano árabe. Racismo y realeza son lo mismo: una su preciosa sangre única en el mundo. Y a su virilidad. Cuando digo que me extraña poco la denuncia de un crimen de esta calaña majestuosa no omito nada: raro es el poder que no está teñido de sangre, civil o militar, villano o aristócrata, y no conocería yo nada de la historia -poquísimo; sólo lo que ignoran los historiadores- si creyera que las repúblicas están indemnes. Pero me hace raro que sólo se achaquen a Hitler o a Stalin, o a Trujillo y a Castro, y al hombre que tenga en ese momento la llave del petróleo, la del oro y los diamantes, o la del sexo sin límite. ¿Por qué no los Windsor, como cualquier Smith?

Se decía que un príncipe hijo de la reina Victoria fue Jack el Destripador; la reina que dictó el pudor en Gran Bretaña y en el mundo, y lloró eternamente su viudedad, pero que se acostaba con el palafrenero; y que no persiguió el lesbianismo como la homosexualidad masculina porque decía que esas cosas no pasaban entre mujeres, que no tienen capacidad de penetrar (todavía hay códigos en los que se dice que sin miembro penetrante no hay violación).

Sea o no verdad, Carlos, acusado también de meter mano a un criado, envidioso del tampax de su fea amante, terminará por abdicar. Veremos cómo sale su hijo y con quién se casa.

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