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Ficciones territoriales

Gobernar los territorios, administrar espacios. Tareas difíciles por la complejidad de los procesos que en ellos ocurren, por los múltiples factores que es preciso tener en cuenta. Pero si a esta complejidad se añade la voluntaria limitación de las capacidades de una administración para enfrentarse a la dimensión real de su acción, entonces el resultado puede ser temible. Dos ejemplos servirán para explicar el fenómeno que podemos denominar como el gobierno de ficción territorial que ocurre en nuestro país: la ciudad de Valencia en relación a su área metropolitana y el territorio valenciano en relación a la región económica del eje mediterráneo. No son temas tan distintos. Al contrario, son manifestaciones de un mismo problema. La pretensión de gestionar una extensa área metropolitana como la de Valencia sin instrumentos adecuados para ello más que los sencillos planes municipales y el olvido de la política interregional valenciana en el arco mediterráneo son ejemplos de ficción territorial a dos escalas distintas. Al fin y al cabo, síntomas de una misma enfermedad. De forma consciente o llevados por la inercia, quienes gobiernan las distintas administraciones que cubren nuestra área metropolitana se niegan a ponerse de acuerdo para articular un gobierno de gestión de servicios comunes que, añadidos a su tarea municipal, reportaría beneficios a la vida cotidiana de sus ciudadanos. De la misma forma, el gobierno valenciano no ha hecho uso, hasta ahora, de los instrumentos a su disposición para contribuir a formar una región económica de ámbito español y europeo articulada a lo largo del eje mediterráneo. Ambos procesos incurren en el mismo error: son ficciones territoriales, pues gobiernan sólo una parte de la realidad. Realmente, los procesos económicos, geográficos, sociales y de todo tipo siguen ocurriendo a la escala metropolitana y a la escala del arco mediterráneo, pero el problema es que están sin control. Son procesos en busca de un gestor. Y lógicamente, estos procesos se desmandan, y al no ser dirigidos, al no tener quien los domeñe y encauce para beneficio de todos, pueden ocasionar problemas.

El área metropolitana de Valencia y el arco mediterráneo son como las meigas. Haberlas, haylas, pero parece que nadie se quiere topar con ellas. Situación bien distinta a la de nuestros vecinos de Cataluña. El nuevo gobierno surgido del 16-N ha comenzado a hablar de crear un ente gestor metropolitano para el área de Barcelona. Incluso Xavier Trias, líder de un reticente grupo municipal de CiU en la capital catalana, y Jorge Fernández Díaz, presidente del PP, se acaban de manifestar favorables, con matices, a la creación de un organismo metropolitano, no político sino de gestión de servicios, bajo la forma de un consorcio participado por los ayuntamientos implicados. Hoy, en Valencia, sólo el agua y la gestión de residuos tienen una actuación metropolitana, sin embargo, es imprescindible que se añadan de forma inmediata competencias en materia de extensión y mantenimiento de nuevas tecnologías, transporte y comunicaciones y planificación y gestión de infraestructuras. La presencia de la Generalitat valenciana en este organismo es indiscutible.

De la misma forma, negarse a entender que una dimensión más del gobierno del territorio es la actuación interregional a la escala del eje mediterráneo es situarse en la misma posición de voluntaria inercia que en el caso anterior. La creación de un organismo o de una asociación, igualmente no político sino gestor de la realidad, con capacidad de asociar gobiernos autónomos e iniciativas privadas y que entienda de semejantes temas que un organismo metropolitano (agua, residuos, transporte, tecnologías e infraestructuras) a las que habría que añadirse, como mínimo, proyección exterior de actividades empresariales y cooperación económica en el seno de la política de cohesión regional de la Unión Europea, sería altamente recomendable y no interferiría en absoluto en el papel de la Generalitat valenciana en su estricto ámbito de competencias. Como hace Xavier Trías con Clos, el presidente Maragall podrá tener más o menos razón en su propuesta de eurorregión, pero se echa en falta una contrapropuesta real, basada en los parámetros de la realidad interregional, por parte de nuestros gobernantes. No es suficiente cerrar los ojos. ¿O es que nadie en el Palau de la Generalitat se ha parado a pensar que aquello que no se haga con nosotros, se puede hacer contra nuestros intereses? Una negociación bilateral Madrid-Barcelona ha producido la extensión del AVE a todas las capitales de provincias catalanas y a todos sus puertos y que el Madrid-Barcelona vaya por Zaragoza y no por Valencia. ¡Quién sabe una negociación Madrid-arco mediterráneo dónde nos hubiera llevado!

De hecho, a diferencia de lo que piensan algunos de nuestros políticos, la ficción no reside en centrar la atención en el eje mediterráneo como ámbito de actuación económica, ni en pretender coordinar los procesos de un área metropolitana. La ficción consiste en querer administrar una realidad que desborda diariamente el ámbito de un municipio o de una comunidad autónoma. Ésa es la auténtica ficción. Adecuar los instrumentos de gestión y de control del territorio y del espacio a los procesos reales que ocurren en los mismos -el cómo se discutiría más adelante-, no sería más que descender al campo de la tozuda realidad de las cosas.

Josep Vicent Boira es profesor del Departament de Geografía de la Universitat de València.

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