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Columna
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La ropa

La historia de la humanidad se ha ido tejiendo al paso de las costumbres, unas veces violentas y exigentes, de ofensa y defensa ante los vecinos, lo que reducía el aspecto humano a límites prácticos de supervivencia. También nos ha conformado la manera de emplear el ocio, relacionarnos, comer o vestirse, que es de lo que querría tratar hoy, en estas jornadas ciudadanas y madrileñas de comienzos de año. He dedicado un rato a recopilar, en mi propia memoria, las cosas que ya no se llevan y que conocí y usé personalmente o las vi en otras personas. No me refiero, por supuesto, a los miriñaques ni al paletó que usaba Fernando VII; yo era tan pequeño que ni siquiera había nacido.

Comencemos por la lencería femenina, que tanto ha progresado y tiene pasarelas propias, como escaparate de la estética del encaje. Se han afinado, sutilizado, reducido y desterrado algunos accesorios que hoy tienen carácter histórico, a menos que algún perspicaz modista los resucite. Por ejemplo, hace más de sesenta años que las damas no usan camisa, la prenda que llevaba aquel nombre feliz. Eran apenas dos palmos y medio de seda, satén, hilo, algodón..., con estrechos tirantes y pasamanería a discreción en los bordes superior e inferior. Aparte del atractivo estético -que lo tenía, como casi todo lo que se pone la mujer-, encerraba una utilidad, que debió consistir en proteger la piel de aquellos arneses y corazas que eran los corsés. Prolongaba su función estética en cualquier estación del año y resultaba un ingrediente sicalíptico sugeridor. Recuerdo una revista musical que se llamaba, precisamente, La Camisa de la Pompadour, en la que el diminuto elemento desempeñaba un papel principal.

Llegó la faja, que, como todos los herederos, se parecía a su precedente. Fue aliviando formas y tamaños hasta reducirse a contener las siluetas dentro de fórmulas canónicas. El nailon sustituyó con ventaja y comodidad a las armaduras con ballenas y cintajos. La camisa desapareció, como ella acabó con sus antecesoras las enaguas, y fue sustituida por las combinaciones, nombre dado a otro invento intermedio para que la tela de los trajes pudiera deslizarse y acomodarse a la figura. También la combinación, o viso, parece haberse esfumado del mapa. El liguero y las medias, para consternación de quienes de ambos hemos sido devotos, sólo se ven en espectáculos libertinos o en películas que pretenden ofrecer un refinado erotismo. Fueron sustituidos por los panties, al parecer mucho más cómodos y pertinentes con el uso generalizado de los pantalones entre la mayoría del género femenino. En el otro lado, la simplificación ha sido mucho más drástica, en cuanto a la proscripción, por ejemplo, de las ridículas ligas, que, al fin y al cabo, eran las que mantenía los calcetines estirados. Apenas se usan los chalecos, los tirantes, los sombreros y los guantes como compañeros de la elegancia. El bastón lo usamos los artríticos para arrastrarnos sobre el empedrado. Pocos hombres disponen de varios trajes y el oscuro de los domingos o ceremonias. El esmoquin se alquila y los chaqués o fraques prácticamente entran en el género de los disfraces, que sólo se verán en los escenarios cuando se representen obras de época. La chaqueta estaba siendo sustituida por cazadoras de diversos materiales, algunas carísimas, de diseño, marca, alto precio y postín. La degradación empezaba a hacer mella en el calzado, generalizando el uso de las zapatillas deportivas, aunque se perciben síntomas de saludable reacción. Las mujeres -siempre se vuelve al tema principal- se han lanzado a posturas reaccionarias y extremas, albergando las extremidades con botines de inverosímiles punteras, que parecen calzas de trovador medieval. Quizá sea un paso enérgico para recuperar la elegancia de pisar con garbo.

Por razones de conveniencia universitaria ha venido a vivir conmigo un nieto, que me alegra la vida, cuando le veo, que no es muy a menudo. Nunca ha poseído un traje y con ocasión de una fiesta familiar parecía oportuno que se vistiera de forma convencional. Por fortuna, no he desechado algunos, y le sugerí que se probara una chaqueta oscura. No sólo le sentaba muy bien, sino que ha olvidado devolvérmela y compruebo que la utiliza en sus tardes de asueto. Ni punto de comparación con el adolescente que hace cuatro años llevaba los pantalones inverosímilmente suspendidos en la zona inguinal. Moda: ¡vade retro!

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