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Reportaje:

Flassaders, de norte a sur

En la calle del barrio de La Ribera se mezclan el vecindario de siempre con un nuevo y atractivo comercio para visitantes

Ana Pantaleoni

Es un mundo de algo más de 150 metros de largo por 3 de ancho (del paseo del Born a la calle de la Princesa), donde se mueven vecinos de toda la vida y nuevos comerciantes. Los turistas llegan hasta allí para admirar Barcelona en unos pocos metros: las viejas piedras y los flamantes escaparates.

En la calle de Flassaders ya no hay fabricantes de mantas, que le dieron el nombre. Hoy se venden otras cosas: pesto fresco con albahaca llegado de Génova, ornitorrincos de fieltro hechos por manos argentinas, orquídeas negras de Indonesia, o fruta de semillas con fríjoles para decorar. "Cuando entré aquí había ambiente desde las cinco de la mañana gracias al mercado del Born. Cuando se lo llevaron, la calle quedó muerta. Era de paso, había de todo: butano, carbón, fondas... Después estuvimos prácticamente solos 10 años", resume la historia de la vía Tere Bernat, de Dulces Mauri.

"Hace 40 años estaban instalados aquí algunos talleres de carpintería, Dulces Mauri y la Casa de la Moneda, donde se acuñaban monedas. Ahora, en pocos meses se han inaugurado más de 20 tiendas", explica Emili Cota, presidente de la Plataforma de Entidades de la Ribera. "Pensábamos que costaría abrir la calle a la gente, pero es la que ha evolucionado más rápidamente".

El diseño y la creatividad del comercio están transformando un callejón oscuro en una calle de paseo, que pide a gritos ser peatonal.Sara Guerrero es una de las socias del Café de la Princesa. Cuando llegó a Flassaders, hace cuatro años, apenas había comercios. "Era una calle un poco marginal. Todo estaba cerrado. El cambio en el último año ha sido espectacular". El Café de la Princesa, ahora tienda, galería y restaurante, tiene su historia: primero lavadero público, después fábrica de petardos y luego pensión de cama caliente.

La huella del pasado es imborrable. Sólo hay que levantar la cabeza. Fábrica de Turrones y Chocolates P. Mauri, dice un letrero. Tere Bernat lleva 35 años en la tienda. La fábrica se trasladó hace más de 20, pero ella siguió al frente del comercio. A tres pasos vive Joan Ribot, hijo de Flassaders. Es propietario del herbolario que lleva el nombre de la calle. Considera que todo cambio es bueno, pero está preocupado: "Parece que se haya producido una fractura, una especie de ruptura entre lo que era el barrio y los recién llegados por una política de urbanismo mal llevada que prima más los intereses que lo social. Se han ido los carpinteros, los lampistas, los albañiles, sólo queda uno de los tres bares que había, el Flassaders". Este vecino compra la fruta fuera del barrio: "Lo que hay aquí es carísimo".

Flassaders, no obstante, cada día recibe más turistas atraídos por productos diferentes. Margarita Domingo es de las comerciantes veteranas. Abrió Hamman en 2000 en el edificio de la Casa de la Moneda. Se enamoró del local, lo compró y montó un comercio con objetos y muebles antiguos de decoración. Subraya que esta calle "ha sido hecha por las personas que han ido llegando". Como ella. "Fue una apuesta fuerte porque había mucha gente que no entraba en Flassaders".

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Una calle hecha con gente de muchos lugares. Es el caso de Susanna, de Bocca Bacco. Su local era un almacén de carbón y mucho antes un burdel. Ella vende productos italianos de alta calidad, como el paté de rúcula. "Es una calle con encanto, aunque tendría que ser más limpia". Desde Argentina llegó Mariela, que vende sus muñecos artesanales de todos los colores, y de Filipinas Maka Abraham, que inauguró Moska hace tres años, una joyería que vende joyas étnicas, antiguas y de jóvenes artistas. Kevin, encargado de la tienda de ropa Black Jazz, subraya que la seguridad es un problema: "Entran, roban y salen corriendo". Cortana, de la tienda de ropa de mujer, dice: "Es una calle muy especial, con un rayo de sol a mediodía". Los de Herbs Barcelona, Diseño Verde, son especialistas en plantas exóticas y macetas de diseño. "El alquiler es supercaro, podríamos estar en la Rambla de Catalunya pagando lo mismo. Es una especulación injustificada", se queja Lidia Simarro. Una opinión compartida por muchos comerciantes que pagan alquileres desorbitados.

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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