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Reportaje:

Las dos vidas de Andrés

Un niño de la calle colombiano se dispone a ingresar en la Universidad

Andrés Pineda tiene 18 años y ya ha vivido dos vidas, por lo menos. Niño de la calle en Colombia, la primera acabó a los 11 años, con más errores y aventuras que muchas otras vidas. Entonces su suerte cambió y su voluntad hizo el resto. "Las primeras imágenes de mi infancia están relacionadas con el maltrato que nos daba mi padre", ha explicado durante una breve visita a Madrid.

"Mi padre era alcohólico. Golpeaba a mi madre y más de una vez a nosotros, los ocho hijos. Tres de los chicos decidimos desafiarlo huyendo de casa". Andrés tenía 5 años. Liderados por Iván, el mayor, de 12, él y otro hermano salieron a las calles de Bogotá.

"En la calle no hay más oportunidad que sobrevivir", recuerda. Pedían limosna o robaban, y él, el más pequeño, se limitaba a ayudar. Iván, además, le enseñó a leer. "Me marcó la actitud de la sociedad. Conocí los dos extremos: la gente solidaria y los que nos consideraban escoria".

"En las calles conocí los dos extremos: la gente solidaria y los que nos consideraban escoria"

Los enemigos de los niños eran los adalides de la limpieza social. "Buscaban liquidarnos. La policía, con la aprobación del vecindario, hacía redadas y nos llevaba a naves alejadas. Nos ordenaban que nos quitáramos la ropa y nos lanzaban agua con mangueras a presión. Luego nos soltaban en cualquier descampado".

Por aquel tiempo los hermanos se asociaron con otros parches (colegas) y formaron una banda de 15 chavales. Robaban, se divertían y "cometimos errores". Descansaban donde podían. "Para dormir sólo hace falta sueño", ironiza ahora.

Al igual que la mayoría, sus hermanos inhalaban pegamento, consumían marihuana y se engancharon al bazuko (residuos de coca). Al principio, protegido por sus hermanos, él logró mantenerse alejado de las drogas. Pero a los 7 años ya inhalaba pegamento y había probado el bazuko.

La vida corría muy deprisa. De camino a Bucaramanga con sus hermanos, pasaron por Tunja, "una ciudad donde se habla el mejor castellano de Colombia, pero muy fría, puro páramo". Iván le llevaba a hombros para que no se cansara. Un policía los detuvo, Iván escapó y Andrés pasó a depender de Bienestar Social.

Tal como le había aleccionado su hermano, Andrés se cambió el nombre y solicitó depender de una organización que trata de sacar adelante a chavales de la calle, Paz y Cooperación, ahora conocida como Niños de Papel. Andrés Pineda se adaptó bien. Dentro de esta organización los chicos pasan por varias casas, cumpliendo etapas, para deshabituarse de las drogas e integrarse socialmente, pero las puertas están abiertas para los que quieran irse.

Andrés se fue varias veces entre los 8 y los 11 años, dividido entre el deseo de rehabilitarse y el tirón de volver con Iván. Hasta que la labor de Manuel Jiménez, impulsor de Niños de Papel, dio su fruto y decidió "sentar la cabeza". Se puso a estudiar y en dos años pasó la primaria. Los libros adquirieron en su vida un poder de persuasión superior al del pegamento. El curso pasado acabó el bachillerato. Con tan buenas notas, que su próxima cita será matricularse en la colombiana Universidad Industrial de Santander.

"En Niños de Papel he encontrado afecto, ésta es mi familia". Vive en la casa que acoge a los chicos mayores y está a punto de salir de la institución. "Dentro de seis meses obtendré la independencia", dice. Mientras, los hermanos de La Salle, sus mentores, lo presentan como un exponente de que cualquier ser humano es capaz de cambiar y progresar.

Andrés Pineda, durante su reciente estancia en Madrid.
Andrés Pineda, durante su reciente estancia en Madrid.ULY MARTÍN

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