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Crítica:CONCIERTO DE AÑO NUEVO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sin ese no sé qué

Por la televisión, por la radio y, este 2004 por vez primera en las pantallas de los cines, medio mundo ve y escucha el tradicional Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena. Independientemente de cómo resultara la velada del día de San Silvestre, de la presencia o no de la pertinaz resaca, y ante el panorama de recoger los restos del naufragio, nada mejor que refugiarse en los valses y las polcas, dejar para luego -cuando empiecen los saltos de esquí- abluciones y fregados y disfrutar sin agobios de una música que quiso ser festiva y hoy es también nostálgica.

En este repertorio, y más en su gran día, cada aficionado tiene su favorito y es difícil que nadie lo destrone así como así. De Clemens Krauss a Lorin Maazel, de Karajan a Kleiber, a quienquiera que se haga cargo de este Concierto de Año Nuevo se le pide, sobre todo, estilo, esa mezcla de gracia y virtuosismo, de raíz popular y refinamiento que hacen del vals vienés algo único. Era la cuarta ocasión que el italiano Riccardo Muti se ponía al frente de los filarmónicos vieneses el primero de año. Y uno diría que nos ha ofrecido la mejor de sus prestaciones. Empezando por lo poco habitual de su programa. En la línea de alguno de sus colegas de evento, como Harnoncourt, ha recuperado piezas poco escuchadas, pero sin salirse de lo teóricamente establecido: los Strauss y el añadido ya normal de Joseph Lanner. Pocas veces puede verse a un Muti tan poco mandón en el peor sentido de la palabra. Uno diría que el maestro y la orquesta estaban muy a gusto el uno con la otra y viceversa. Se conocen bien, el director napolitano aprecia la cultura austriaca y es conductor seguro donde los haya. En muchos momentos bastaba con dar una entrada, marcar el ritmo sin rigideces y hasta -en la Marcha Radetzki- dejar a los músicos que hicieran lo que saben para que el público no marrara ese palmeo final por el que muchos estarían dispuestos a matar.

Lo que se dice grandes valses, sólo hubo uno -además, claro está, de la obligada propina de El bello Danubio azul-, que fue música de las esferas. Ahora bien, la versión resultó espléndida, con un arranque de extraordinaria intensidad y tomando la partitura como lo que es: una obra maestra. Momentos especialmente interesantes fueron Waldmeister -al inicio-, Hofball-Tänze, Cachucha y -magníficas- las zardas de El murciélago. Así pues, buenos resultados generales, aunque se pudo ir más allá en ese no sé qué que tienen estas músicas, ser un punto más imaginativo en las libertades que proponen, dejarlas volar algo más. Naturalmente, Muti mandó parar a la orquesta tras los primeros compases de El bello Danubio azul -eso sí, dejando al trompa solista que se explayara- para desearnos, en un inglés que entenderían hasta los más cerriles en materia de lenguas, paz, esperanza y felicidad.

Como siempre en los últimos diez años más o menos, Brian Large fue el realizador para la televisión. El británico se las sabe todas en esta historia y repite sin cansarnos parecidas audacias con las cámaras, llevándonos del zapato de un percusionista a las alturas de la Musikverein -sala visualmente agradecida donde las haya- sin un solo sobresalto. Eso sí, abusó en el número de veces que enfocó a su compatriota el actor Roger Moore y su distinguida esposa, no se sabe si porque era el único personaje popular que se hallaba en la sala o si, tal vez, porque quien a él le gustaba de verdad como Agente 007 era Sean Connery. Respecto al ballet, y como no acaban de quitárnoslo, pues qué decir: óptimo momento para acudir a cualquier necesidad imperiosa.

En fin, que un año más unos y otros hemos cedido a la tentación de este concierto único, de este espectáculo que sería el colmo de lo burgués en materia musical si no se hubiera convertido en el anhelo de todo ser humano con el riñón bien cubierto.

El director napolitano Riccardo Muti dirigió por cuarta vez a la Filarmónica de Viena en el tradicional concierto del 1 de enero.
El director napolitano Riccardo Muti dirigió por cuarta vez a la Filarmónica de Viena en el tradicional concierto del 1 de enero.EFE

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