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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Juan García Ponce, maestro de todas las heterodoxias

José Andrés Rojo

A lo largo de toda su obra Juan García Ponce ha deambulado por todas las zonas tradicionalmente prohibidas y lo ha hecho siempre con una libertad extrema, fascinado por el lado oscuro de la condición humana. La crueldad, la ira, la lujuria, toda la gama inmensa de los gestos y los ritos sexuales, las formas llenas de imaginación con que los hombres y las mujeres se relacionan con sus cuerpos: nada de todo esto le resultó ajeno. Más bien si García Ponce frecuentó los lugares extremos donde reina la variedad de los placeres, lo hizo porque encontraba que ahí, en la carne y en sus vericuetos y laberintos, en sus secretos, era donde se accedía justamente al otro lado, a lo esencial, a lo que no puede ser dicho con palabras, a ese territorio desnudo y radical donde se revela nuestro verdadero rostro.

Nacido en Mérida, en el Estado de Yucatán, en 1932, Juan García Ponce falleció el pasado sábado de una insuficiencia respiratoria, y ayer sus restos fueron cremados en la ciudad de México. Llevaba años padeciendo una esclerosis múltiple, lo que no le impidió seguir enfrascado en los más variados asuntos. Su primera obra fue una pieza teatral, El canto de los grillos (1958). En 1963 apareció Imagen primera, reunión de textos breves, en los que fue un reconocido maestro, y donde brilló en otros títulos (La noche, Encuentros, Figuraciones, Cinco mujeres...). Entre sus novelas merecen destacarse Figura de paja, La casa en la playa, La presencia ajena, La cabaña, El libro, El nombre olvidado, La vida perdurable, Crónica de la intervención o Pasado presente, entre otras. La aparición de lo invisible, de 1968; Las huellas de la voz, de 1982; o La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski son algunos de sus ensayos más importantes.

Juan García Ponce estudió en los colegios maristas y fue profesor de literatura alemana en la UNAM. Secretario de redacción de la Revista de la Universidad de México, director de la Revista Mexicana de Literatura, miembro de la redacción de Plural y Vuelta o director de la serie de Poesía y Ensayo de la UNAM, fue un infatigable animador del mundo literario mexicano. Uno de los aspectos esenciales de su trayectoria fue precisamente su capacidad de entusiasmo y su facilidad para transmitirlo. Consiguió, en ese sentido, que autores como Robert Musil o Heimito von Doderer fueran conocidos en el ámbito de la cultura mexicana, donde también consiguió introducir la obra enigmática, compleja y heterodoxa (como la suya propia) de Pierre Klossowski. También dio a conocer en su país a autores como Cesare Pavese o Herbert Marcuse. Balthus, Bataille, Nabokov, Tanizaki o Paul Klee son algunos otros nombres íntimamente ligados a la trayectoria literaria y personal de García Ponce.

"Su presencia era única y tenía una capacidad totalizadora que lo conmovía sin poder hacer otra cosa que dejarse arrastrar por esa disolución de sí mismo en ella". De esa manera describe García Ponce en Crónica de una intervención la manera en que Esteban percibe un encuentro erótico. Y más adelante dice: "Entonces, el mundo alrededor, igual que Mariana, tenía una realidad firme y segura ante la que era posible conmoverse sin llegar a poder apresarla nunca, sino disolviéndose del mismo modo en su carácter inagotable". En el remolino de la pasión, en su exceso, la posibilidad de acercarse a lo más firme de la realidad. Como si únicamente se pudiera de verdad ser en el momento de la disolución. De ese enigma trataban las obras de García Ponce, de ese espacio pantanoso donde se accede a la inocencia a través de los caminos de la perversión.

Para Octavio Paz, que consideraba a García Ponce sobre todo un narrador, el "sentido rey" en sus novelas era la vista. "La mirada percibe la ambigüedad esencial del universo y descubre en esa ambigüedad no la dualidad de la moral, sino la unidad de la visión religiosa: todo es uno y uno es todo", escribió en un breve ensayo titulado Encuentros con Juan García Ponce, donde resume el sentido de los relatos del escritor mexicano hablando de "ceremonia libertina" y de "misterio sacro". El erotismo se da la mano con la más radical espiritualidad.

"Me ha gustado lo difícil, lo peligroso y lo abismático", dijo Juan García Ponce en una entrevista en Guadalajara cuando acudió a recibir el Premio Juan Rulfo. También se definió entonces a sí mismo como un "místico ateo" y explicó que estaba lleno de contradicciones, y que seguramente era el único "que sabía escribir y vivir dentro de ellas". Todo eso lo explicaba sentado en su silla de ruedas, a la que lo había condenado su enfermedad y que ahora ha abandonado para irse definitivamente. Ese hombre libre, que hizo "lo que le dio la gana", como comentó Elena Poniatowska durante aquella Feria del Libro de Guadalajara, ese escritor heterodoxo que trajo a la literatura escrita en español la dinamita de las más variadas perversiones para hacerla explotar y llenar así ese mundo con aire fresco y pura alegría, con pasión y con una decidida voluntad de correr los mayores riesgos.

Juan García Ponce.
Juan García Ponce.MANUEL FERNÁNDEZ

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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