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Columna
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Los peces de colores

En verdad no hay muchos motivos para reír en este mundo que nos ha tocado. En alguna época, no bien determinada, debió ser cosa frecuente, aunque sea difícil averiguar las causas. Hace muchísimo tiempo que no escucho una expresión muy madrileña: "Me río de los peces de colores" y algo de retranca debería tener por cuanto que pueden adoptarse varias posturas anímicas ante los peces de colores, siendo una de las más cuestionables que produzcan regocijo alguno. Termina el año y tengo el placer de participarles que me propongo hacerlo con algunas risas o, al menos, sonrisas, cosa tan legítima y constitucional como comerse 12 uvas al dar la medianoche.

La risa es una de las reacciones más humanas. Las bestias no lo hacen, pues no es sostenible aplicárselo a las hienas, que comen carroña, se aparean una vez al año y son detestadas por el hombre y los demás animales. Es una prerrogativa de nuestra especie, independientemente de que esté justificada o no. Me lo hacen pensar esos programas televisivos en los que una gente, en general desangelada, muy a menudo travestida y con acento andaluz, desgranan estólidas historietas más viejas que la tos. La necesidad colectiva de la diversión debe ser grande a juzgar por la reacción del público, que parece mondarse al escucharles. Críticas aparte, eso no es malo, es buenísimo, aunque sería deseable que las narraciones tuvieran más dosis de inteligencia o, al menos, de novedad.

Aunque hay gente que apenas se ríe, e incluso le parece mal. Eso le pasaba al señor Nietzsche, que dijo, precisamente en su libro Humano, demasiado humano, que cuando un hombre se ríe a carcajadas sobrepasa a todos los animales en vulgaridad. Claro que con el bigote que gastaba el señor... Desde hace un tiempo se han puesto de moda en Europa -y supongo que por ahí- libros que recopilan el ingenio ajeno, aunque en España los autores que se dedican a ese menester demuestren un profundo desdén por el lector medio, llevándole por la senda de lo escatológico, de la palabra gruesa y el concepto chabacano. Deben considerarlo afortunado a juzgar por el resultado: quienes les escuchan, sean promotores inmobiliarios, escolares o damas provectas, se ríen las tripas, otra expresión castiza, también desaparecida, gracias a Dios.

Me agradan las muestras de ingenio y me entretuve en cosecharlas, bien entresacándolas de libros o comedias, bien hallándolas directa y masivamente en esas antologías. Reuní más de quinientas, que me parecieron originales o poco divulgadas, las pasé al ordenador y las llevé a un par de editores. No se alarmen. El buen juicio selectivo de esos señores las rechazó. Eso sí, con esa almibarada carta con la que se devuelven los originales no respaldados por una fama que hay que conseguir con anterioridad. Los franceses tienen fama en estas lides y, abierta y merecidamente considerados por las mujeres, las hacen objeto de sus dardos, que no son otra cosa que lamerse las heridas. Sacha Guitry propalaba que si una mujer es puntual en una cita es que se ha equivocado de hora. Otras maldades: "Fue la mujer, según la Biblia, lo último que hizo el Señor: se nota el cansancio". Un cínico aparenta conformidad: "No me importa que me haga sufrir una mujer, pero que no sea siempre la misma". O el que dijo que yerran quienes hablan mal del antiguamente llamado sexo débil. Ellas lo hacen mucho mejor. Un caricato gay que alcanzó gran fama lanzó aquello, después muy conocido, de que si las mujeres fueran tan buenas como se dice, Dios tendría una, desvergüenza teológica hoy carente de vigencia.

Voy a contarles una de las historietas que provocan la risa: el escenario, un poblachón de la provincia de Madrid, a principios del siglo pasado. Personajes, la chica que salió descarada y de hábitos livianos -en todo pueblo había un tonto y una muchacha así-, su vuelta al redil tras rodar por la pendiente de la depravación y el pecado. Su contrafigura, el viajante de comercio, que ignora el turbulento pasado y cae perdidamente enamorado de ella. La boda en el lugar y el malicioso espionaje de los mozos, uno de los cuales observa por la rendija de la ventana y comunica a los demás el estado de la cuestión. "Ahora la quita la saya, la besa, la tumba en el catre...". En el recinto nupcial, el recién casado, arrebatado por la pasión, le dice: "Amor mío, te voy a hacer lo que nadie te ha hecho". El mirón cuchichea a los de abajo: "¡La va a matar!". Es una fábula manchega, que puede valer cuando es cuestionable reírse de los peces de colores.

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