Una nueva forma de rechazo
Europa está confusa. Asiste, desorientada, a la aparición de un antisemitismo inesperado que afecta a poblaciones víctimas potenciales de la exclusión y del racismo. El nuevo antisemitismo hace que estalle la unidad forzada del antirracismo. Este último suponía que un mismo rechazo del Otro podía afectar, alternativa o simultáneamente, a judíos, árabes y negros. Ahora, de este mundo idealizado del Otro surge una forma de violencia, de rechazo, de exclusión: hay víctimas del racismo que pueden volverse antisemitas. Frente a este fenómeno, Europa está asustada y por eso se ha publicado el informe del Observatorio sobre fenómenos xenófobos y racistas. El imprimatur ha sido rechazado por una especie de censura virtuosa o impugnación bienpensante: esto no debe existir y, por lo tanto, haremos como si no existiera. Este rechazo nos invita a reflexionar más profundamente sobre la propia identidad europea.
Ahora hay víctimas del racismo que pueden volverse antisemitas
Nuestra Europa no se ha constituido contra otras identidades, no se ha desarrollado a través de discusiones polémicas contra otras ideas, otros continentes, otras formas de ver y pensar. Europa nació en 1945 del esfuerzo, en muchos aspectos admirable, de conjurar sus propias tentaciones, sus propios demonios, sus propios monstruos. Europa nació para defenderse de sí misma y sabe hacerlo muy bien, es la reina de la autocrítica, se moviliza con vigor y convicción en cuanto ve aparecer sus demonios. Lo hizo, por ejemplo, con Haider, cuando se le asoció al poder en Austria, y sabe hacerlo cada vez que la extrema derecha asoma la nariz. Pero frente a un enemigo permanece callada, completamente extraviada.
Este antisemitismo está presente en Francia desde hace varios años y ha sido disimulado de todas las formas posibles. Aún hoy, a pesar de las pruebas acumuladas, a pesar de la continua violencia, los medios de comunicación celebran a todas las personalidades morales que desdramatizan el asunto y cuando se trata de los judíos están muy solicitados: no hay nada mejor que un judío que desmienta la existencia del antisemitismo.
En realidad, Europa ha rehusado enfrentarse a un problema demasiado delicado, que le obliga a volver a discutir lo que le parece esencial para su identidad. La idea de Europa descansa sobre lo más generoso que tiene: el rechazo a la exclusión. Para Europa, por lo tanto, es insoportable tener que enfrentarse a la violencia de quien aparece como objeto o víctima potencial de la exclusión. Esto explica su ceguera frente a este fenómeno. En Francia, el antisemitismo va de la mano del odio a la misma Francia. Antisemitismo y francofobia avanzan conjuntamente en las mismas personas. Son dos fenómenos que no se desea tomar en consideración. Se hace con la mejor de las intenciones, pero ya se sabe que a menudo el camino hacia el infierno está lleno de buenas intenciones.
En la actualidad, una de las mayores dificultades es el antirracismo, porque se ha convertido en una ideología, un principio general de comprensión de la realidad. Lo vemos en acción en el conflicto de Oriente Próximo. No se trata, a los ojos de una parte cada vez mayor de la opinión pública europea, de un conflicto entre dos naciones. Se trata de un enfrentamiento entre una potencia definida como racista y los oprimidos que se rebelan contra la persecución, la exclusión de que son objeto. Es otra de las dificultades actuales: el antisemitismo se ha fundido en el lenguaje del antirracismo. Lo que asusta en los acontecimientos que tienen su centro en Europa es el encuentro entre un antisemitismo islámico, cada vez más patente y marcado, y un antirracismo progresista, que designa a los judíos como la nueva Suráfrica o la nueva Alemania nazi.
Se podría pensar que el pacto de Ginebra calmaría las tensiones, pero, por el contrario, las ONG responden con una campaña contra el muro, una barrera de seguridad definida como un muro de la segregación. Se puede criticar el trazado del muro sin presentarlo como un acto racista y teniendo en cuenta la absoluta necesidad de los israelíes de responder a la amenaza terrorista. Pese a Ginebra, la imagen de una Israel racista es cada vez más fuerte y anima a la violencia. Pero la realidad es diferente. Me he enterado, por casualidad, de un pequeño acontecimiento social y mediático en Israel, muy interesante. Ha habido un reality show, ejemplo de berlusconismo israelí de bajo nivel, que tenía como fin seleccionar a un presentador de un programa de radio o televisión. Los adolescentes eligieron a un presentador árabe. Para mí no ha sido una sorpresa, pero para el antirracismo contemporáneo es inconcebible, igual que era inconcebible que el restaurante donde tuvo lugar el último gran atentado terrorista en Haifa estuviera gestionado por un árabe y un judío. Israel es también esto, una realidad que no se quiere ver.
La actitud de los jóvenes musulmanes que viven en Europa es la continuación de la Intifada con otros medios. Pero yo rechazo una idea habitual según la cual este antisemitismo desaparecerá cuando se resuelva el conflicto judeo-palestino, que es su símbolo. El antisemitismo en el mundo musulmán entra dentro de lo que Bernard Lewis llama un "blame game", en la incapacidad de este mundo de interrogarse sobre sus propias carencias, sobre sus propios fracasos, en su ineptitud ante la crítica y la autocrítica. Ésta es la enfermedad del islam. Todo lo que no funciona en el mundo islámico es culpa de Israel, todo lo que va mal en la periferia urbana europea es culpa de Occidente y de Israel. Hay una irresistible tentación a imputar los fracasos, presentes y futuros, a causas externas. Y la causa principal es Israel. El antisemitismo permanecerá, sea cual sea la política israelí.
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