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Reportaje:LA LUCHA ANTITERRORISTA

Paranoia y ciclo final de ETA

La organización terrorista, sumida en el desconcierto, sobrevive a duras penas al acoso policial y político

Aunque el flamante departamento de seguridad interna de ETA Segurtasun Saila figura sobre el papel como una eficaz herramienta de prevención de riesgos, el territorio francés es cada vez más, en la práctica, un peligroso campo de minas. De nada sirve anotar cuidadosamente las fechas y lugares donde se han robado coches, inventariar las tiendas en las que se han adquirido los elementos electrónicos y los materiales necesarios para la fabricación del amonal, reunir y contrastar las matrículas de los coches sospechosos detectados en las citas abiertas y ordenar a la militancia que evite los puntos ya "quemados".

De nada sirve establecer rigurosas medidas de seguridad si los golpes policiales -el último de los cuales ha frustrado un gran atentado previsto para Nochebuena- siguen sucediéndose invariablemente con una alarmante cadencia, progresivamente más y más corta. Ni el manual del buen militante, "disciplinado", "ordenado", "responsable", "aseado", "no machista", ni las detalladas instrucciones de la revista interna Argi ibilli (Ten cuidado) sirven para gran cosa cuando la vigilancia se estrecha, cuando la policía francesa espera en el siguiente cruce de carretera o irrumpe violentamente en las casas sin esperar a las primeras luces.

La estadística muestra que las detenciones de dirigentes se suceden a ritmo vertiginoso
No se trata de una crisis más. Esta vez, ETA se encuentra totalmente a la defensiva
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Por muchas soflamas y amenazas que vierta en sus zutabes y en sus comunicados, ETA está profundamente desconcertada. Se afana obsesivamente por detectar el fallo que, supuestamente, explica la última caída, trata de atar cabos para saber si las detenciones son fruto de un error propio o de la infiltración de los servicios españoles, está nerviosa, agitada, y ha empezado a entrar en la espiral de la paranoia. La chica del coche rojo que ha vuelto a aparecer en la esquina de la calle puede ser de los Renseignement Generaux, de la PJ (policía judicial francesa) o de la propia policía española.

Recoger lo indispensable y salir pitando. Ése es el patrón de conducta habitual. Los agentes franceses especializados en la lucha contra ETA dicen que disponen de abundantes ejemplos de esta paranoia creciente que lleva a los etarras a deshacer bruscamente una cita, abandonar la casa, el coche, cambiar de fisonomía, muchas veces por una falsa alarma, una mirada mal interpretada, un rostro vagamente familiar, una matrícula que se ha visto antes.

Cambiar de vehículo -lo normal entre los más activos es sustituir el coche antes de la tercera semana- no es un gran problema porque la organización los roba a mansalva pagando, eso sí, el duro precio de no pocas detenciones, pero las casas son ya otra cosa. Un alquiler puede suponer 1.000 euros al mes y otros 2.000 inmovilizados como fianza que se pierden inevitablemente, junto con el frigorífico, la lavadora, la cocina y el resto de electrodomésticos, porque en Francia lo único que encuentras en las viviendas de alquiler es un fregadero y un grifo. Además, como la economía doméstica ya no es tan boyante, la dirección ha rebajado las ayudas regulares individuales por casa de 300 a 200 euros mensuales. El resultado es que los activistas de ETA en Francia, más numerosos últimamente desde que también México y Venezuela se han puesto imposibles, dedican la mayor parte de su tiempo a su propia seguridad. ETA está completamente a la defensiva.

No, ésta no es una crisis más en una organización sacudida periódicamente por la acción policial y habituada a recomponer sus estructuras a partir de una cantera segura. No estamos en 1992, cuando la captura de la cúpula Artapalo desbarató la campaña criminal con la que ETA pretendía sentar al Gobierno español a negociar y dejó a la organización inerme durante un largo periodo. Tampoco en los meses previos a la tregua de 1998, con una ETA diezmada que sabía que todo su aparato ilegal estaba cantado y necesitaba imperiosamente renovar todas sus estructuras de arriba abajo.

Al contrario que ahora, en aquellas situaciones la organización terrorista siguió disponiendo de una cantera entrenada de la que echar mano. Los denominados taldes Y, dedicados a las acciones de sabotaje, y los taldes X, encargados de las actuaciones violentas en las manifestaciones y contramanifestaciones, aseguraron en el primer caso la regeneración de las filas etarras, como lo hicieron posteriormente los jóvenes de Jarrai y Segi encuadrados en la violencia callejera (kale borroka).

Eficaces para lo que fueron inicialmente concebidos, estos últimos grupos organizados de forma deliberadamente "desestructurada" para dificultar la acción policial se han revelado perniciosos dentro de ETA, a juzgar por las críticas internas a la supuesta falta de preparación, disciplina, fidelidad y compromiso de estos elementos, muchos de ellos espontáneos de la violencia callejera. Según fuentes francesas, ETA está llamando a activistas experimentados asentados en México y Venezuela para que cubran las lagunas, así como a algunos de los jóvenes que envió a México en 2000 cuando la kale borroka se integró masivamente en la organización terrorista.

Lo que está pasando no es la parálisis parcial y temporal que supone la caída del núcleo de uno de los aparatos organizativos. Lo que está pasando es el progresivo colapso estructural fruto del acoso sistemático, global, combinado entre las policías española y francesa, que muerde en los puntos vitales de ETA. Es algo similar a lo que se produjo en 1997 cuando las continuas caídas demostraron fatalmente que la vigilancia policial de la casa de seguridad de Las Landas en la que vivía el "jefe militar" José Javier Arizkuren, Kantauri, vigilancia ejercida durante más de un año, había puesto al descubierto a gran parte de la organización en Francia. Sólo que esta vez es mucho peor, porque el desastre no se arregla fácilmente con un tiempo muerto, una tregua, que permita la creación de una nueva estructura a partir de elementos no contaminados por las caídas.

De entrada, la detención de los 70 aspirantes, algunos ya adiestrados, que figuraban en la red arratnza (pesca) de Ibon Fernández Iradi, Susper, responsable del aparato de captación, detenido, huido de la comisaría y nuevamente arrestado un año más tarde, ha arruinado un trabajo de tres años. Cierto, todavía queda caldo de cultivo entre las juventudes de Batasuna-ETA pese a que los sucesores de Jarrai han fijado su sede en Francia para burlar la prohibición judicial. Pero el problema es seleccionar y estructurar adecuadamente a esos jóvenes, no vaya a ocurrir como con los procedentes de la kale borroka que entraron en ETA sin pasar por los controles mínimos que permiten descartar las infiltraciones policiales.

Por encima de todo, lo que cuenta, sin embargo, es la implacable estadística que demuestra que las detenciones de los máximos responsables se suceden a un ritmo cada vez más vertiginoso. Ya no hablamos, claro está, de las décadas de los setenta, ochenta y noventa, cuando lo normal era que los jefes permanecieran fuera del alcance de la policía entre 7 y 10 años, caso de Urrikoetxea, Josu Ternera, Lasa Mitxelena, Txikierdi, Isidro Garalde Mamarru, José Arregui, Fitipaldi, Gracia Arregui, Iñaki de Rentería, y otros. Es que, tras la ruptura de la tregua, el panorama ha ido estrechándose de forma alarmante. Si el entonces número uno del aparato militar, García Gaztelu, Txapote, fue arrestado antes de celebrar su segundo aniversario en el puesto y sus inmediatos sucesores, Olarra Guridi, Jon, y Ainhoa Múgica, Olga, cayeron año y medio más tarde, Ibon Fernández, Susper, apenas aguantó cuatro meses y Gorka Palacios, Nagi, y Juan Luis Rubenach Roig, Txurdo, han sido detenidos ahora, sólo siete meses después de hacerse cargo de la dirección militar.

No es una cuestión de mala suerte. Desde que la Sexta División de la Policía Judicial francesa con sede en París desplegó parte de sus efectivos operativos en Burdeos, la colaboración con los agentes españoles ha ganado sobre el terreno una gran efectividad, como lo prueba el actual récord de encarcelados en Francia. Y las detenciones encadenadas de dirigentes han obligado a ETA a reemplazar a sus jefes con elementos de escasa preparación que propician, a su vez, nuevas caídas e imposibilitan que las recién creadas estructuras se asienten suficientemente. Ninguna organización, y tampoco ETA, puede sobrevivir a un periodo tan convulso sin que su actividad se resienta gravemente.

Es eso lo que explica el descenso del número de atentados y el pobre índice de efectividad -la media de intentos necesarios para perpetrar una acción- mostrada en los últimos tiempos, particularmente en el último semestre del año. Como toda empresa, la organización terrorista necesita un mínimo de estabilidad y no parece que la policía esté dispuesta a regalársela en los tiempos venideros. No sólo la francesa, también las autoridades belgas, tan reticentes en otro tiempo a intervenir en este asunto -es en Bruselas donde Batasuna tiene su herri embaxada (embajada popular)-, muestran actualmente una gran disposición a colaborar.

Demasiadas veces, en efecto, se ha cantado alegremente el final policial de ETA y es verdad que Francia dejó de ser un santuario hace ya mucho tiempo, pero ¿no está ya desahuciado el modelo organizativo de múltiples aparatos instaurando en los orígenes, décadas atrás, con el asentamiento de la retaguardia en suelo francés? ¿Y dentro de su propio mundo sectarizado no ha empezado ya a consumirse el ciclo vegetativo político de esa organización criminal? ¿No ha empezado a cuajar la idea de que la "lucha armada" es más un obstáculo que una ayuda, ahora que el nacionalismo institucional está "enseñando los dientes", como ha dicho Xabier Arzalluz? ¿Acaso no está cobrando visos de realidad que lo que desestabiliza verdaderamente al Estado español es el nacionalismo institucional y no la acción de ETA?

Por graves que sean los atentados que pueda cometer y por convulsa que llegue a resultar la política vasca en los próximos años, no parece haber alternativa a ese proceso de doble agotamiento del modelo y del ciclo. Tanto en el plano operativo como en el plano político, ETA está en su fase terminal, como si la mano de la historia hubiera puesto sobre la mesa el reloj de arena y empezara el tiempo de descuento. Aunque el terrorismo vasco no es el de los GRAPO -cuenta en la actualidad con unos 200 elementos, según fuentes policiales, además de la simpatía afectiva de miles de supuestos simpatizantes-, gana cuerpo la tesis del final policial de ETA, de su paulatina marginalización, un proceso lento pero también inexorable, más o menos cercano, más o menos lejano, en función de las circunstancias políticas, de la forma en que se encauce el conflicto planteado por el plan soberanista.

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