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¿Hay demasiados libros?

Con motivo de lo que los entendidos llaman la rentrée el dato salió en los medios de comunicación. En el año 2002 en España se editaron casi 70.000 títulos, o sea un incremento del 4% sobre el año anterior, lo que nos sitúa en tercer lugar detrás de Gran Bretaña y de Alemania, pero delante de Francia e Italia.

Otro dato es que se han publicado más títulos en la comunidad de Madrid que en Cataluña, cuna del sector. En este asunto de especial sensibilidad falta un estudio más detallado del conjunto de la industria para determinar si, desde el punto de vista empresarial, Cataluña pierde peso o no.

Muchas voces nos aseguran que se publican demasiados libros y que hay que tratar de disminuir estas cifras.

Desde hace un par de años, en ESADE, bajo el lema Del valor intelectual al valor económico y con la participación de los diferentes actores del sector, nos hemos propuesto estudiar el comportamiento de este sector, componente mayoritario de la llamada industria cultura, que a su vez contribuye al PIB en mayor medida que la industria química y la eléctrica.

Si nos ceñimos a criterios puramente economicistas, menos títulos publicados cubriendo el mismo mercado significarían más ventas unitarias acarreando un menor coste de producción industrial y más margen industrial. Los gastos de estructura se verían reducidos, aumentarían los resultados de las empresas y otras entidades editoras. Parece de pizarra o más bien de simulación empresarial con hoja de cálculo incluida, pero tanta simplicidad nos puede hacer sospechar que no todo es tan sencillo.

Si nos situamos en la óptica del consumidor, o sea del lector de cualquier producto editorial que sea de literatura, de texto, de literatura infantil, de referencia, de turismo y viaje, de cocina, de bricolaje o de cualquier otro tema, la impresión que se lleva cuando visita una librería, una gran superficie o un espacio virtual es que sí, hay muchos libros, pero no llega a pensar que hay demasiados.

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Imaginemos una librería o una gran superficie donde en un solo escaparate estuviera un solo tipo de diccionario, de enciclopedia, de libro escolar, un solo referente en ciencias de la salud, en matemáticas, en administración de empresas, etcétera. No solamente sería aburrido, sino que además pondría en peligro la diversidad de pensamiento y, en consecuencia, la libertad del individuo.

La pluralidad de la producción editorial es precisamente la garantía de una diversidad de pensamiento y de intercambio de opinión.

Sin llegar a estos extremos podríamos adoptar una limitación que preserve una cierta pluralidad con los intereses de la cadena de valor del proceso editorial.

Pero ¿qué criterios utilizar? ¿Quién se hubiera atrevido a descartar la publicación del ahora famosísimo Paisanos de pergamino, obra de un profesor que ejerce en Girona, cuya versión cinematográfica concurrirá a los Oscar del mismísimo Hollywood, a favor del ahora no menos famoso El sol de la lluvia, de un autor barcelonés afincado en Estados Unidos.

El gran número de títulos publicados puede ser visto desde, precisamente, el prisma de los actores de este proceso empezando por los que inician la creación de valor intelectual que debe conducir a una creación de valor económico.

Cualquier persona o grupo de personas que se lanza a un proyecto editorial lo hace con la voluntad de compartir el valor intelectual creado con el mayor número de lectores sin atreverse a cuantificar cuántos serán.

El porcentaje de proyectos rechazados por el conjunto de las empresas editoriales supera de largo el número de los proyectos que llegan a buen fin. Dicho de otra forma, si se publicaran todos los proyectos presentados no estaríamos hablando de 70.000 títulos, sino de más de 200.000. Por otra parte, si la tendencia del número de títulos sigue el crecimiento de los últimos años, la barrera de los 100.000 será pronto alcanzada. Con este número de títulos será toda la cadena de producción, distribución y de promoción la que tendrá que ser profundamente transformada.

La industria editorial, como cualquier otra industria, se encarga del proceso de selección de las obras que se pondrán en el mercado, proceso que utiliza la mezcla de las técnicas de mercadotecnia combinadas con el indispensable componente de riesgo empresarial. Después de este proceso de selección, se trata de aportar el máximo de elementos adicionales para aumentar este valor intelectual y su reconocimiento económico. Aquí están todos los que participan en la elaboración industrial del producto, en su presentación atractiva, en su promoción, en su presencia en puntos o en los circuitos de distribución o de venta.

Los puntos de venta, verdaderos escaparates de la pluralidad de la oferta, tienen sus limitaciones de espacio físico o virtual y ponen en marcha los mecanismos clásicos de rotación de productos para asegurar la permanencia o la desaparición del producto. De hecho el libro se comporta, en el punto de venta, como un producto perecedero con varias fechas de caducidad. La primera es la de su presencia en estos puntos de venta; luego, los que no han sido adquiridos, se encuentran en un almacén con otra fecha de caducidad para, finalmente, engrosar las existencias del cementerio de los libros olvidados.

En la última jornada anual de ESADE Editorial, que trató del asunto de la distribución, los representantes de algunos de los puntos de venta más significativos de toda España hacían un llamamiento a los editores pidiendo más colaboración para presentar mejor los productos editoriales a fin de lograr un mayor consumo. Entre todos se pretende lograr un mayor consumo de un producto, que no engorda, pero que beneficia a todos. Consumiendo más, se crea más valor intelectual para el consumidor y al mismo tiempo más valor económico para el autor y el editor, que pueden reinvertir en más creación de valor intelectual.

José María Álvarez de Lara es profesor de ESADE.

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