Un nuevo gran relato
Las últimas décadas del siglo pasado nos depararon un conflicto que podríamos presentar como "espiritual" pero que, con más modestia, habría que calificar de apenas filosófico. Un contraste sordo y enconado que todavía se plantea, aquí y allá, entre los defensores de la trascendencia (razón legitimante, principio objetivo, verdad revelada, Dios
...) y los desencantados de las ideologías redentoristas que hallaron consuelo en una especie de nihilismo activo, al hilo de la proclamada muerte de Dios y la pérdida del sentido. El ruido de la batahola entre filosofantes ha generado más confusión que otra cosa, y ha servido para que proliferen discursos más o menos hibridizantes, unos más honestos que otros, entre los que inevitablemente se cuela algún oportunista. Así, en medio de la confusión, no falta el que nos propone que nos apuntemos a la filosofía fusionada con la ciencia, o al orientalismo, a la "novela de ideas" (como si alguna vez hubiera habido una novela sin ideas) o al "sistema literario", y el que encuentra la ocasión propicia para inventarse un Sistema.
¿QUÉ ES UNA VIDA REALIZADA?
Luc Ferry
Traducción de Marta Pino Moreno
Paidós. Barcelona, 2003
336 páginas. 22 euros
Habría que colocar este ambicioso volumen de Luc Ferry entre las obras que procuran superar el atolladero filosófico contemporáneo con un razonable eclecticismo y la edificante intención de rescatar, de cada aportación, de cada programa, presente o pasado, lo que permita a la filosofía recuperar un papel algo más airoso que el de servir como pretexto para ejercicios académicos. El eclecticismo de Ferry, que no parece deshonesto o interesado, consiste en releer la tradición del pensamiento europeo (clásicos, modernos y posmodernos) para desentrañar de ella coordenadas inadvertidas, relaciones y filiaciones que nadie ha visto. Su vocación secreta es llegar a construir de nuevo un grand récit. Porque Ferry, para decirlo brevemente, es un neoclasicista encubierto. De modo pues que su pensamiento, concebido a la manera de los típicos grandes relatos ideológicos que producen los franceses, ofrece una alternativa menos excluyente que la de los racionalistas y cientificistas, siempre demasiado dogmáticos, y preferible al escepticismo nihilista (por cierto, menudo cliché éste) de los posmodernos, que ha puesto a la filosofía en un cul-de-sac. El proyecto ya se perfilaba en obras anteriores: por ejemplo en Homo Æstheticus (Grasset, 1990. París) y sobre todo en El hombre-Dios o el sentido de la vida (Tusquets, 1997. Barcelona), y se completa ahora el inequívoco compromiso político personal del autor: Ferry es el actual ministro de Educación del Gobierno conservador de Jacques Chirac.
El eje temático sobre el cual gi
ran las abundantes reflexiones contenidas en este libro, se formula con claridad en la página 129. Afirma Ferry: "Si ya no hay más allá, ni 'después', ni otra vida 'para resarcirse', debemos acceder a la 'verdadera vida' aquí y ahora". O sea, muerto Dios, muerto el hombre, y necesitados como estamos de dar trascendencia a nuestras pobres vidas finitas para sentirlas realizadas, sólo cabe encontrar ese sentido que se nos escamotea, en la vida misma. O sea, trascender en la inmanencia: existan o no Dios, o la Razón, o el Sentido, para Ferry sólo cabe encontrarlos en el Mundo. La vida realizada -que no es el éxito profesional, ni los bienes materiales, ni las conquistas eróticas o el amor de los demás- no puede hallarse en una recompensa extraterrena o en la mera coherencia con una verdad traducida a los términos de la técnica sino en la condición del hombre posnietzscheano: el hombre que se extiende hacia el otro y al mismo tiempo se distancia de sí y que logra singularizarse, por este medio, con una vida intensa, una vida que ya no se piensa heroica. "Intensidad" se dice pues en el sentido que Nietzsche daba al término, una vida comprometida con el presente, fundida con él en amor fati: amar intensamente este fragmento de fatalidad que nos ha sido deparado. El hombre-Dios de Ferry se presenta entonces como una versión del Übermensch de Nietzsche pero, eso sí, con ribetes propios.
En efecto, Ferry repasa la filosofía del Nietzsche materialista, elogia su exaltación de la beatitud (que es la versión elegante de la felicidad), rescata el antihumanismo de Freud y recoge la idea de la vida buena de las fuentes estoicas, advirtiendo de paso que no tenemos nada en común con los antiguos, salvo el vocabulario; y con astucia se desmarca de la "singularidad" del genio romántico y de los artistas de vanguardia. La "intensidad", por otra parte, no es la vida bohemia, y el amor que predica, no es el amor al prójimo. Nos realizamos, trascendemos, viviendo intensamente la vida que nos toca. Se trata, pues, de una trascendencia asequible a todos, muy democrática, ecuménica, razonable, y en el fondo, cristiano-aggiornada, con Pascal como coartada. Ferry consigue desentrañar en el devenir del pensamiento europeo la trascendencia en la inmanencia y la expone como una versión secularizada de la Salvación y la Gracia, es decir, como una especie de soteriología laica. De nuevo la religión. ¿Pero no era la filosofía la tentativa denodada de emancipar al hombre de toda ilusión religiosa? Sí, pero la historia del pensamiento moderno -argumenta Ferry- demuestra que la filosofía nunca traspuso los límites del cristianismo. De modo que, al final, el "Hombre-Dios" ya no se parece tanto al Übermensch sino al hombre del remanido humanismo cristiano, y el lector se queda con la impresión de que aquello que habíamos arrojado por la puerta se nos ha metido por la ventana.
Libro brillante y argumentado con pericia francesa; falta saber si -además- resulta de veras convincente.
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