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Columna
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Dioses y héroes

En estas fechas navideñas en que se celebra el nacimiento del último de nuestros dioses, es decir, el que rige, por estas latitudes, los destinos imaginarios de nuestra era, me ha dado por recordar a nuestros dioses anteriores, padres también de nuestra civilización y espejo en el que, si nos miramos, encontraremos las sombras de quiénes somos y hasta el reflejo de lo porvenir. Cuando Alicia Moreno, concejal de las Artes del Ayuntamiento de Madrid, anunció que el pregón inaugural de las fiestas de Navidad correría a cargo de Íker Casillas, portero del Real Madrid, me dio por pensar que antes de Cristo (a. C.) fuimos griegos. Antes que romanos, antes que católicos y apostólicos. Me dio por pensar en el monte Olimpo antes que en el monte Getsemaní o en el de los Olivos, porque, en mi desafección futbolística, no encajaba con el espíritu navideño un triunfador multimillonario hasta que comprendí que Casillas representaba al héroe. Según la mitología griega, los héroes, de origen divino, protegidos por tanto de los dioses y dotados por ellos de múltiples gracias y virtudes, inmortales, eran enviados a la Tierra con el fin de luchar contra los múltiples peligros de la humanidad, capaces de las mayores proezas en pos de la victoria del Bien y objeto, por ellas, de fama y gloria eternas. Como los futbolistas de d. C. (después de Cristo). También caí en la cuenta de que estos actuales semidioses devienen al fin, una vez metido el gol, en personajes de la prensa del corazón porque ésta viene a ser un pervertido subproducto de las tragedias griegas de Esquilo, Eurípides, Hesíodo, Sófocles, Homero o Virgilio. Una vez pasados, clara está la Historia, por el circo romano.

El caso es que seguimos en el Mediterráneo y que, antes de la cueva de Dicte y antes del portal de Belén, en el principio fue el Caos. Después, fue la conciencia del Universo como un paraíso terrenal donde los hombres vivían felices, en armonía con el resto de las criaturas, gozando de una belleza y de una paz inagotables, un paraíso que se cargaron, en su irreprimible curiosidad, Pandora por un lado o Eva por el otro, que el ordenamiento del Caos primordial ha culpado siempre a las mujeres de los males del mundo porque siempre ha sido tan machista como el fútbol (¿por qué la información silencia las hazañas de las heroínas del balón, por qué se apaga la luz de sus estrellas, por qué no se crea un aparato mítico -comercial- a su alrededor?). Perseguidas por los hombres desde cualquiera de los orígenes escogidos, cuentan que, cuando iba a nacer Jesucristo, hijo de Dios que salvaría al mundo de sus pecados y otorgaría a los hombres la esperanza en la resurrección, la Virgen María, acosada por sus enemigos, hubo de refugiarse en un portal de Judea para a dar a luz al niño y que no se lo comiera Herodes, como la Diosa Rea hubo de hacerlo en una cueva de Creta para que pudiera nacer Zeus, padre de dioses y humanos, consuelo de los desdichados e impartidor de justicia, y no se lo comiera Cronos. Así se escribe la Historia, como decíamos.

El caso es que en la plaza de la Villa estaba Íker Casillas como un Hércules en el Peloponeso o un Teseo en Atenas o un Ulises en Troya. Y dijo lo que se espera de un héroe, que el partido que hay que jugar es "contra la injusticia, la violencia y la intolerancia": un pregón que incorporaba el clásico discurso cristiano a la línea griega clásica. Pero acompañaba a Íker Casillas, entre otros, el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz-Gallardón, que me dio por remitirme, sin embargo, a la línea católica, apostólica y romana de nuestra civilización. Pues sucede que, aparte de pertenecer a un partido político que apoya y promueve guerras varias ("contra la violencia...") y apoya y promueve leyes discriminatorias u homofóbicas varias de extranjería o de parejas de hecho ("contra la intolerancia..."), el alcalde de Madrid ("contra la injusticia...") ha reducido en un 0,2% el porcentaje del presupuesto destinado a ayudas al Tercer Mundo que el Ayuntamiento planea para 2004, dedicando sólo un 0,49%, muy lejano al 0,7% fijado por la ONU. Y el 31,68% de las organizaciones que recibirán ese exiguo porcentaje son religiosas católicas. Así que el alto discurso del semidiós Casillas se derrite como las alas de Ícaro y cae al mar subterráneo del metro de Madrid, donde tantos héroes sin leyenda esperan del Olimpo su destino propicio y celebran el Nacimiento de su salvación. Qué Caos.

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