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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Gallo negro y gallo rojo

Corre por ahí una imagen de la derecha española que trata de equipararla al gallo negro de la vieja canción. De creer a algunos, el PP sería el abanderado de una reacción españolista, de un repliegue o de una resurrección de un nacionalismo español tradicional, autoritario, desconfiado u hostil al Estado autonómico. Semejante descripción suele ilustrarse con imágenes sacadas del guardarropa de la España rancia. Aparecen la España del Cid, el protomártir Calvo Sotelo, la Defensa de la Hispanidad de Ramiro de Maeztu, hasta desembocar en el general Franco. Esta galería de espectros justificaría una actitud favorable, demasiado confiada a mi parecer, en una reforma constitucional hecha sin demasiadas cautelas; reforma que aparejaría una modificación en cascada de los estatutos de autonomía y, cuando menos, a un nuevo reparto del poder estatal.

Las posturas a favor de la reforma constitucional son legítimas. Hay instituciones que sería conveniente modificar, sobre todo un Senado que viene a ser una chambre introuvable, de dudosa eficacia, anterior al desarrollo del Estado de las autonomías. Otra cosa distinta es el momento de llevarla a efecto. Y puestos a reformar, yo sería partidario de cohonestar la reforma del Senado con el cambio de la ley electoral, de manera que facilite la formación de gobiernos estables, representativos del conjunto de la nación, sin depender de grupos de base regional representados en exceso.

Pero no es de reformas de lo que quiero hablar sino de imágenes o mitos políticos. ¿Es cierto que la derecha o el centro derecha, tiene una relación filial con el pasado autoritario y centralista? Ello me parece dudoso. De todo hay en la viña del Señor. Quizás haya componentes más coriáceos que otros. No es lo mismo promulgar un moderado decálogo sobre el uso del valenciano que poner como no digan dueñas a la Academia de la Lengua.Ocurre también en el ámbito de la izquierda. Pongamos al alcalde de Marinaleda con la señora Inés Sabanes, candidata de IU por Madrid; al alcalde actual de Coruña con el anterior alcalde de Barcelona y veremos que casan con dificultad. La derecha española actual está lejos de ser hostil a las autonomías, entre otras cosas porque se beneficia de ellas. Véase el caso de Fraga con su defensa de la administración única. La derecha española actual arranca de la transición y ha buscado su legitimación en la tradición liberal, la que va de Jovellanos y las Cortes de Cádiz a Cánovas, sin hacerle ascos a liberales como Azaña. La pintura del PP como españolistas acérrimos no los describe adecuadamente.

El problema está quizás en la izquierda. También ella se formó en los últimos años del franquismo y la transición. Basta concurrir a un acto público para apreciar -banderas de las autonomías al viento y consignas añosas- que la estética y los modales son los de entonces. Creían que la historia estaba de su lado por necesidad y ahora dan por hecho que la verdad y la moralidad les amparan y ello se expresa en consignas tan beatas como el no a la guerra. Los demás parecen turbios belicistas o gente de intereses poco confesables. El gallo rojo suele pertenecer al linaje de las almas bellas. Cree la izquierda que el patriotismo español es cosa rancia sin saber que fue invento liberal y que no hay Estado del Bienestar sin un sentimiento o moderado orgullo de pertenecer a la misma nación. Tiene la izquierda española una actitud de nostalgia que suele desahogarse en recitales de Raimon y lamentos por la marcha catastrófica del mundo. Y nada mejor para alimentar la nostalgia que imaginar una derecha a imagen y semejanza que la del pasado.

Hay asuntos de fuste -y la organización del Estado lo es- que merecerían un mayor entendimiento entre los dos grandes partidos. Pero el primer requisito sería abandonar esa propensión algo irresponsable en pintar de negro al adversario político. Y en moderar un tanto los entusiasmos por la pluralidad de España. Porque, ¿quién ha dicho que la unidad no es un valor igualmente defendible? ¿Quién no puede ver a estas alturas que el Estado , el Estado nacional español es garantía de civilización frente a las barbaridades de la etnia?

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