La aldea de los muertos
Luto en Hansala, el pueblo de 12 de los marroquíes ahogados en Rota
El 25 de octubre de este año partieron de Larache, una localidad costera a 150 kilómetros de la costa andaluza, unas sesenta personas en una patera. En ese viaje sólo se salvaron nueve. El mar devolvió a la orilla 37 cadáveres y varios cuerpos siguen desaparecidos.
En el tanatorio de Los Barrios, Cádiz, esperan otros 33 cadáveres pendientes de identificar. Una buena parte de ellos, 12, son de Hansala, un concejo en las montañas del Atlas, a 650 kilómetros de la costa gaditana, en el que habitan 200 familias.
A Hansala se llega desde Beni Mellal (capital de la provincia, 500.000 habitantes) por una carretera local de 40 kilómetros y una pista de tierra de 15, ambas destruidas en parte por las lluvias. Al final del barranco que rompe el río Derna, colgadas de las laderas, están las casas de pizarra que apenas aguantan la lluvia en invierno. Dentro no hay nada. Una única estancia y algunas esteras por el suelo. En esta zona a las mujeres las casan con 14 o 16 años y a los 18 ya son viejas.
Mustafá Salti empleó cinco años en reunir los 700 euros que costaba el pasaje
La familia Aghazzaf ha perdido a su hijo Sliman, el mayor de seis. Tenía 16 años. Vivía en la montaña cuidando las cabras, jamás fue a la escuela. Pero un día bajó al zoco de Tarhzirt (a 18 kilómetros) y un amigo le llevó al cafetín donde contactó con el intermediario. Empezó su aventura. Por 600 euros le trasladarían al país de los sueños. "Los intermediarios son vampiros; tipos sin escrúpulos que comercian con vidas humanas, expulsados casi siempre de Europa por problemas con la justicia. Son marroquíes que conocen muy bien a esta gente y saben perfectamente cómo convencerla", explica Jalil Jemmah, presidente de la ONG Amigos de las Familias de Víctimas de la Inmigración Clandestina (AFVIC).
¿Cómo consigue el dinero esta gente que no tiene nada? Es cuestión de tiempo. Mustafá Salti, de 18 años, natural de una aldea cercana y uno de los muertos que supuestamente aguardan en Los Barrios para ser identificados, "empleó cinco años en reunir los 700 euros del pasaje", dice su hermano Mohamed, que, con un año menos que él, espera su oportunidad para poder emigrar.
Otras veces es la solidaridad familiar la que resuelve el problema: todos cotizan. Hay quien se embarca en un pesquero y ahorra durante tres o cuatro años. Además, los intermediarios les fían, ya se lo devolverán con magros intereses. Como buenos comerciantes que son, no hay precio fijo, cada cual paga según su riqueza y disposición. Normalmente el precio no baja de 700 euros, pero puede llegar a costar 150.000 si se prefiere ir en yate y puede pagarlo.
En Hansala hacen carbón vegetal de forma clandestina (0,09 euros el kilo), cultivan manzanas en las orillas del río (0,37 euros) o venden una cabra (70 euros) o un cordero (150 euros). Si hay algún rico afortunado que tiene una vaca, podría llegar a obtener por el ternero 500 euros. Y si no, a 55 kilómetros, está la rica vega de Beni Mellal, bañada por el río Rbia, el más largo y caudaloso de Marruecos, donde pueden echarse peonadas de sol a sol a razón de 3,24 euros al día.
Hansala amaneció la semana pasada azotada por el viento y la lluvia. Frente a la casa de Alí, en la cara oeste del valle, se vislumbran casas desperdigadas donde en muchas de ellas velan a un muerto. Mohamed Aghazzaf, de 18 años; Saleh Raduan, de 17; Abderrahman Boubher, de 18; Alí Ahaddou, de 20 años... Son sólo algunos de los jóvenes que un día partieron en busca de un sueño. Aunque todo el pueblo sabía que se irían, se fueron sin avisar. La noticia de la tragedia llegó cinco días después del naufragio, ocurrido el 25 de octubre, cuando Mohamed, uno de los nueve supervivientes, contó por teléfono a un familiar lo ocurrido.
Las aldeas que rodean Beni Mellal aguardan ahora que les devuelvan a sus hijos ahogados. Treinta familias de la zona se desplazaron a Casablanca recientemente, donde dejaron muestras de sangre y saliva. La prueba de ADN les dirá quién es cada cual. AFVIC asegura que desde mayo hasta primeros de diciembre han identificado ya a 169 personas muertas o desaparecidas en el intento de cruzar hacia España. "Pero sólo uno de cada tres que se ahogan aparece", comenta Hicham Rachidi, vicepresidente de AFVIC.
Jalid Sadli, de 29 años, era el mayor de seis hermanos. Estudió español en la Facultad de Letras de Rabat y cuando se licenció no quiso volver a su pueblo, Sidi Jabeur. Prefirió instalarse en casa de su tía Fatiha, en Beni Mellal. Durante un par de años malvivió trabajando en una tienda de ropa y en otra de bisutería; apenas ganaba 50 euros al mes. Hasta que falleció su padre y debió hacerse cargo de la familia. Así que regresó a Sidi Jabeur, a 10 kilómetros de la capital, dispuesto a sacarle el jugo a la tierra. Para hacer un pozo pidió un crédito al banco de 3.000 euros.
En esto andaba cuando se topó el verano pasado con el intermediario de turno. Según cuenta su hermano Rachid, de 27 años, a Jalid le llenaron la cabeza de pájaros. O quizá fue el agobio que sentía por no poder pagar ni siquiera los intereses del crédito.
"En la familia no entendemos qué pudo pasar por su cabeza. Era muy buena persona, alegre, tenía cultura, colaboraba con organizaciones sociales", explica apenado Rachid, que, mientras llora la muerte de Jalid, anhela también emigrar. "Más que nada en el mundo", dice. Rachid trabaja ahora en el campo de sol a sol, por cuatro euros al día, para amortizar la deuda que ha dejado su hermano.
Jalid ajustó su viaje en 900 euros. El dinero lo obtuvo del arriendo secreto que hizo, por un año, de tres de las cinco hectáreas familiares, a razón de 350 euros la hectárea. Y desapareció.
A pan y agua
El intermediario lo tuvo 20 días escondido en Larache hasta completar el pasaje de 54 personas. Mientras iban llegando, los alimentaba a pan y agua. Hasta que se presentó la ocasión el 24 de octubre pasado. Un día antes, Jalid había telefoneado a su primo Mohamed contándole lo desesperado que estaba.
El cuerpo de Jalid es probablemente uno de los 33 que aguardan ser identificados en Los Barrios, Cádiz. Su madre, Zahra Elobbadi (de 50 años), y sus hermanas Fátima, de 24; Mounia, de 23; Fatiha, de 18, y Jadija, de 17, no dejan de llorar. Su hermano Rachid y el más pequeño, Hassan, de 22 años, en cambio, se hacen los fuertes y sueñan con corregir algún día el error de su hermano.
No muy lejos de Beni Mellal está el pueblo de Assara, asentado sobre una meseta pedregosa a 800 metros de altitud y barrida periódicamente por el chergui, el viento que seca la tierra. El cultivo, casi exclusivo, es el trigo.
De allí partieron el 15 de mayo pasado 39 hombres y una mujer, Habiba Rizki, de 15 años de edad. En total, 40 personas de las que nunca más se supo. La mayoría trabajaba -cuando había trabajo- para el terrateniente del pueblo, dedicado al cultivo del cereal. El salario diario, invariable, eran los 2,77 euros de rigor. "Quizá nos esté esperando la muerte al final, pero mejor es partir que vivir indignamente", le había dicho a sus padres Hicham Boujari.
Fue el hijo del terrateniente, precisamente, quien les proporcionó contacto y transporte, a razón de 700 euros por persona, para pasar de El Aaiún a Canarias. En la mayoría de los casos él fue quien les adelantó el dinero.
La víspera de embarcarse, ya en la costa, Hicham Boujari telefoneó a una tía suya en Fquih Ben Salah, el pueblo principal de la zona. "Partimos mañana. Avisa a la gente del pueblo para que esté preparada por si pasa algo". Y esto es todo lo que se ha sabido de los Cuarenta de Assara desde aquel 15 de mayo.
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