¿Desaparecerá el 'oasis' catalán?
Un rasgo que se acostumbra a destacar en todos los análisis sobre la transición política española es el estilo de hacer política que se desarrolló en aquellos años, estilo fundado en la idea de consenso y en el compromiso de todas las fuerzas políticas democráticas, tanto las que estaban en el Gobierno como en la oposición, con la gobernabilidad. El deseo de la mayoría de los españoles de no avivar los rescoldos del recuerdo del drama de la guerra civil dio contención al lenguaje político y moderación a las formas de ejercer la rivalidad entre los partidos.
Pero ese estilo se vio profundamente alterado a la altura del año 1993. El triunfo del PSOE -por cuarta vez, aunque ahora por puntos-, produjo una tremenda frustración en las filas del PP. El ánimo de sus dirigentes fue ganado por la idea de que mientras no se deshicieran políticamente de Felipe González tendrían difícil llegar al Gobierno. Apareció entonces aquel grito del "váyase, señor González", como expresión del deseo incontenible e incontrolado de la ambición de poder, así como un nuevo y perverso estilo de hacer política desde la oposición. La vida política se tornó bronca y árida, y ese clima irrespirable se propagó al conjunto de la sociedad y al debate sobre los problemas públicos.
En medio de ese terreno crecientemente desértico, la vida política catalana aparecía como un oasis relativamente placentero, en el que seguía siendo posible conservar buenos amigos en todos los partidos, juzgar de forma abierta y crítica los comportamientos políticos, ya fuese del Gobierno de CiU o a de la oposición de izquierdas, y leer, escuchar o ver cualquier medio de comunicación, sin tener que poner prueba la capacidad de resistencia de los nervios de cada cual. La oposición de izquierdas en Cataluña (PSC, ERC e IC Verds) no rompió nunca su compromiso con la gobernabilidad política y la convivencia civil; ni aun en momentos para ella de gran frustración, como cuando en 1999 Pasqual Maragall ganó en votos, pero no en escaños, a Jordi Pujol.
¿Qué factores permiten explicar la existencia de ese oasis catalán? Podríamos buscar una primera respuesta en la existencia en Cataluña de una cultura del pacto, que busca el acuerdo antes que el conflicto. Una cultura que existiría desde antes de la transición política, y que hundiría sus raíces en el carácter industrialista de la sociedad catalana. La industria, más que ninguna otra actividad económica, necesita una buena gobernabilidad y acuerdos sociales continuos, en particular entre patronos, trabajadores. Esa negociación continua, ese tira y afloja entre intereses contrapuestos, es el cemento que ha permitido construir el sentido de comunidad propio de una sociedad moderna. Por eso, Cataluña ha sido en muchos momentos motor de modernización política para España, como cuando, en pleno franquismo, el industrial Pedro Durán reclamó en el Círculo de Economía la apertura del diálogo y la negociación con el sindicato clandestino de CC OO, escandalizando y alarmando a las gentes del régimen.
Pero sin desdeñar la importancia que puede tener ese trasfondo cultural, pienso que hay otra razón más cercana y concreta para explicar este rasgo diferencial. Mi hipótesis es que el oasis político y cívico catalán de estos años se debe esencialmente al comportamiento democrático y tolerante de los partidos de izquierda (PSC, IC Verds y ERC), que han sabido mantener sus legítimas ambiciones de poder dentro de las normas de la cultura democrática y de su compromiso con la gobernabilidad. Si hubiesen practicado en Cataluña el estilo de oposición que el Partido Popular hizo en España, el oasis catalán habría desaparecido hace años.
Toda hipótesis necesita algún test que permita confirmarla o rechazarla. Ese test lo vamos a tener en las próximas semanas o meses. CiU comienza a ejercer hoy por vez primera como oposición. De su estilo de hacer política y de su compromiso con la gobernabilidad dependerá el que se mantenga o desaparezca el oasis. Si me dejase llevar por los primeros vientos que ha levantado su frustación de verse privada del poder, no podría ser demasiado optimista. Los nuevos líderes de CiU, con Artur Mas al frente, corren el riesgo de verse arrastrados por el desorden de las pasiones, más que por la racionalidad de los intereses. La política, como las drogas, crea adicción y, como se sabe, el cuerpo se acostumbra, por lo que cada día necesita dosis mayores de sensaciones fuertes. Espero, sin embargo, que pasados los primeros días o semanas, sepan mantener el autocontrol, y demostrar que CiU era y es un partido consolidado, que sabe estar a las maduras y a las duras, y no una simple coalición de ambiciones para usufructuar el poder mientras lo retuvo.
A la búsqueda de señales que me permitan ser optimista, encuentro una importante: la aparición de Josep Piqué en la política catalana. Más que un político parlamentario, en el sentido pleno de la palabra, hasta ahora ha sido un ministro brillante, a la francesa. Pero su participación como nuevo jefe de filas del PP catalán en el debate de investidura de Pasqual Maragall ha sido una sorpresa positiva para muchos, aunque no para aquellos que lo conocemos desde hace años y sabemos de su capacidad intelectual, de su compromiso con los asuntos públicos y de su honestidad personal. Por eso me sumo a la petición que le ha hecho el nuevo presidente de la Generalitat para que se quede, y contribuya en los próximos cuatro años a evitar que desaparezca el oasis de convivencia política y cívica en Cataluña y, a la vez, a regenerar, una vez más a lo largo de la historia moderna, la política española.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.