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VISTO / OÍDO
Columna
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Hablando ¿quién se entiende?

Éste era el sentido de la conversación de Ernest Benach, el republicano, y Juan Carlos, el rey: "Hablando se entiende la gente". Yo no lo he creído nunca: llevo muchos años de Parlamento, desde la tormenta de la última sesión de 1936 hasta la vergüenza del jueves con la oposición violada y huyendo del voto por no someterse al ucase de Aznar, que vuelve a meter en el Código Penal un supuesto delito político. Pero no es sólo ahí: en el amor, un desastre: ojos y tacto valen más que mil palabras. Y en la familia, donde ya, poco a poco, no vale nada: en Nueva York se dice que hay menos peligro en pasear de noche por cualquier calleja que en permanecer en el hogar (Las víctimas invisibles de la violencia familiar, Enrique Gracia Fuster, Paidós). Pero en el sentido en que lo dice el Rey tiene razón, aunque sea rey: hay que dialogar en lugar de vivir en el exabrupto. Dicho al catalán maldito por el españolismo, dicho al Parlamento que preside que ha aceptado un gobierno llamado de izquierdas y catalanista al que combaten Aznar y sus añafileros, parece que tiene un sentido, y que está en la línea de las últimas declaraciones -el discurso de la Constitución: "desafortunado", dice el españolista converso Jiménez Losantos, en El Mundo- y de las últimas actuaciones -charlas con Pujol, con Ibarretxe, con el aguerrido Odón Elorza-, con cierto popularismo del Príncipe incluso conyugal. País: al Rey le gustaría ser presidente de la República. Aunque hereditario; a Aznar le gustaría ser rey. El riesgo grande del país está no en que el Rey o el Príncipe lleguen a presidir una República, como si fuera un Bonaparte, sino en que la presida Aznar. El enemigo de hablar. Con otro, se entiende: Aznar habla solo, y hay que ver qué cosas dice. Qué horror. Sí, aquí hace falta diálogo, muchos diálogos. Más allá del Parlamento: directos, abiertos y públicos. Ya sé que querer dialogar se paga en la tribu de los dominantes señoritos. Cuantos más secretos tiene un país, peor le va al ciudadano.

(Añafileros: moros que tocan añafiles, trompetas monocordes con la bocina lejos de la boca: "Tú sabes dónde yerra un son de rosa, una fragancia rara de añafiles", decía un soneto de Gerardo Diego dedicado a Debussy, que se llamaba Claudio Aquiles, y de ahí el ripio. Los añafileros del aznarismo casi graznan en los suyos ahora que vienen las elecciones. Le habían abandonado; pero huelen cuatro años más de privilegios).

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