Pirandello, en Bagdad
El teatro vuelve a la capital iraquí, arrasada por la guerra y atemorizada por los atentados
"Aquí no se permite llorar. Treinta y cinco años hemos estado llorando. ¿No es ya bastante?", regaña el jeque a las mujeres de su harén, desoladas ante la tinaja hecha pedazos. El público aplaude entusiasmado cada vez que una morcilla en el texto de Luigi Pirandello evoca la situación del país.
Treinta y cinco años ha durado la dictadura de Sadam y ocho meses ha tardado en volver a levantarse el telón en el Teatro Nacional de Irak, en la plaza de Al Fatah. Como las otras 14 salas de la capital, el edificio fue saqueado tras la entrada de las tropas estadounidenses, pero su estructura no sufrió graves daños y unas obras de urgencia han permitido reabrirlo para acoger, entre el 9 y el 17 de diciembre, el I Festival de Teatro de Bagdad.
¿Quién necesita teatro en una ciudad que carece de electricidad, transporte público o teléfono en la mayoría de los barrios? "El arte es el alimento del alma, tan necesario como la comida para el cuerpo", replica Fajri al Aquidi, de 63 años, director de centros dramáticos (es decir, del único teatro que actualmente funciona) de Bagdad.
Unas 500 personas, que llenan la mitad del aforo, parecen confirmar su opinión. En el vestíbulo, vigilantes armados con Kaláshnikov las cachean minuciosamente, ya que cualquier reunión pública es un potencial objetivo para los coches bomba o las granadas que diariamente sobresaltan la ya difícil vida cotidiana de los iraquíes.
La función de la tarde, que antes de la guerra se celebraba a las ocho, se ha adelantado a las cuatro. El sol se pone una hora después y, aunque oficialmente se ha levantado el toque de queda, casi nadie se aventura a circular de noche por temor a los asaltos. Al terminar la representación, los actores se desmaquillan a toda prisa. Saben que en pocos minutos se agotará el gasóleo del generador y todo el edificio quedará a oscuras.
Al menos, la entrada es gratuita. El Ministerio de Cultura iraquí, tutelado por Estados Unidos, subvenciona los 40 dólares diarios que cobra cada actor por función doble. Es el primer dinero que gana desde marzo pasado Taha Alwan, de 50 años, que fue en su momento uno de los rostros más populares del país, debido a sus frecuentes intervenciones en series de televisión.
Su fama declinó a partir de 2001, cuando la policía irrumpió en el teatro Al Naser, donde estaba representando Tú entras y yo entro, del autor iraquí Aider Menazar, y se llevó detenida a toda la compañía. Alwan y sus compañeros se pasaron una semana en los calabozos de la Seguridad del Estado acusados de instigar la subversión.
"Clausuraron el teatro y nos impidieron trabajar durante un año", explica. "Nos dijeron que la versión que estábamos representando era diferente a la que aprobó la censura. No es verdad, aunque no se puede negar que algunos personajes, no precisamente los más favorecidos, tenían un parecido asombroso con prebostes del régimen".
En tiempos de Sadam, cuando los autores mejor tratados eran los que competían en loas al dictador, hubiera resultado imposible salpicar la obra de comentarios sarcásticos como el que el alfarero de La tinaja le hace a su ayudante: "Tendría que actuar como ellos, que han cobrado un montón de dólares por reconstruir la escuela y se han limitado a dar una mano de pintura a las ruinas".
El público, que sufre en carne propia las promesas incumplidas de reconstrucción del país, celebra la alusión con carcajadas.
"Estamos empezando en condiciones muy duras, pero esperamos mejorar en la próxima edición del festival, dentro de dos años, y contar entonces con la participación de grupos extranjeros", explica Aquidi, que lleva 40 años dedicado al teatro, primero como actor y luego como director, y se doctoró en Arte Dramático por la Universidad de Praga.
Los elencos de las nueve obras con las que el teatro regresa a Bagdad se han formado a partir de diez compañías de la capital dispersas tras la guerra. Y los textos seleccionados son de autores iraquíes, a excepción de La tinaja, de Pirandello, y Esperando a Godot, de Becket. Aquidi, que dirigió La tinaja (Al bastuga, en su versión árabe) en los años sesenta, con notable éxito, no había podido reponerla desde entonces.
La historia, ambientada en una aldea de campesinos de la baja Mesopotamia, relata las desventuras de un jeque al que se le rompe su más preciada tinaja. Un alfarero, caracterizado como kurdo, se ofrece para repararla. Pero, al pegar los pedazos desde dentro, acaba encerrado en ella. Y la única forma de rescatarlo es volver a romper la tinaja. Terrible dilema para el público de un país al que tres guerras sucesivas, una tiranía implacable y diez años de embargo han reducido a añicos.
Babelia
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