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Columna
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La tradición y el cambio

Recapitulemos un poco. Existen dos maneras básicas de entender la catalanidad. Una es idealista, sentimental, hija del romanticismo alemán: "un paisaje, un pueblo, una lengua, una historia, un destino". La otra es civil, se pretende racional, es hija de la tradición ilustrada y del regeneracionismo social: se interesa por la ciudadanía presente, pero intenta armonizarla con la tradición cultural heredada de una historia repleta de dificultades y de imbricaciones hispánicas. La corriente romántica pone el énfasis en la claridad de la idea, en la homogeneidad del concepto catalán, en la narración histórica. Una narración con final feliz: contra viento y marea debe culminar en la normalidad, en la soberanía. La complejidad del presente, consiguientemente, debe adaptarse (amoldarse) a la pureza de la idea. La corriente ilustrada, en cambio, pone el énfasis en la necesidad de afrontar la complejidad del presente. Con frecuencia abomina de la tradición catalana y de sus vinculaciones religiosas. Tiende a subrayar la preeminencia del ciudadano por encima de la emoción patriótica.

Las dos maneras de entender la catalanidad -la idealista y la racional- no forman dos edificios antagónicos. Son muy permeables

Isidre Molas ha descrito con pedagógica claridad los fundamentos intelectuales de estas dos corrientes: por una parte el filósofo Balmes, quien establece el marco ideológico en el interior del cual los valores del mundo antiguo que los carlistas expresaron con virulencia pudieron adaptarse, a través del integrismo católico, al sistema liberal. En esta adaptación, "la tradición catalana", definida más tarde por el obispo Torras i Bages, funciona como una bisagra tranquilizadora, como un puente de plata trazado entre los valores antiguos y la emergente Cataluña industrial. Sobre este fundamento construyó Prat de la Riba el nacionalismo catalán.

El punto de partida del catalanismo de izquierdas es el federalismo de Pi i Margall, uno de los intelectuales europeos más brillantes de su tiempo (y uno de los grandes olvidados de la historia de Cataluña y España). Partidario de la unión en libertad, pero también del radicalismo social, Pi i Margall era un fervoroso defensor de la autonomía de los individuos (y por esta vía conecta con la gran corriente libertaria catalana). Mientras que Torras i Bages sentencia: "Cataluña será cristiana o no será", Pi i Margall afirma: "Pongo en la razón individual todo principio de ciencia y certidumbre, y la raíz de toda moral y de todo derecho: nada veo sobre ella, todo lo miro a ella sujeto".

Aunque los orígenes son distintos, no es posible dibujar, a partir de ellos, dos líneas perfectamente independientes e inconfundibles que desembocan en el presente. A lo largo de los años, ambas corrientes avanzan en paralelo, se bifurcan, se trenzan, se influyen mutuamente. En algunos periodos históricos domina un acento (a principios del XX, con el noucentisme, el modelo nacionalista crea sus mitos más ambiciosos y consigue unos eficaces, aunque mínimos, instrumentos de gobierno; en los años treinta, el catalanismo de izquierdas consigue articular su primera gran mayoría, pero la convulsión del momento le impide desarrollar un simbolismo alternativo). En algunos momentos se enfrentan: "Visca Macià, mori Cambó!". En otros se alían: Pujol y Barrera. A veces se distancian tremendamente (Semana Trágica, franquismo) condicionados por circunstancias excepcionales que tensan estas dos corrientes ideológicas por los extremos. Por el camino, aparecen modelos excéntricos -el lerrouxismo, la FAI, el POUM- que a veces producen en el observador curiosos espejismos (lo que, de paso, demuestra la insuficiencia de los tópicos: es imposible, por ejemplo, entender el éxito electoral de Macià y Companys sin tener en cuenta que un importante contingente de votantes lerrouxistas desemboca en ERC).

Sería incorrecto pretender que ambas corrientes forman dos edificios ideológicamente antagónicos. Son muy permeables. En un momento histórico relativamente reciente se encontraron, aunque no al completo. Me refiero a la Assemblea de Catalunya. Apretadas por la ceñuda hostilidad del régimen del general Franco, las diversas corrientes del catalanismo y del izquierdismo antifranquista se acercaron mucho, a pesar de que en aquellos años de olla de presión interior y de ruptura intelectual exterior (mayo de 1968) los partidos tendían al extremismo ideológico. En la Assemblea dominaba el discurso del "compromiso histórico" del PSUC (una de las muchas variaciones, especialmente brillante y poderosa, de la corriente de izquierda), pero estaban también en ella grupos católicos, sindicatos clandestinos, militantes culturales y partidos muy pequeños, como el PSAN, que, después de una larguísima travesía (BEAN, Nacionalistes d'Esquerra) desemboca de manera muy decisiva en la ERC de Josep Lluís Carod Rovira. El PSAN, que fue el primero en incorporar al catalanismo la aportación valenciana de Joan Fuster, intentó sintetizar de manera muy visible las dos viejas matrices del catalanismo: el historicismo idealista y el realismo social. En aquel entonces parecía un esfuerzo imposible, tal era la pureza con que ambas matrices se expresaban en el seno de aquel pequeño partido. ¿Será posible ahora?

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La sorpresa que produce en el pujolismo la decisión de Carod Rovira es debida, sin duda, al desconocimiento del sustrato cultural e ideológico que conformó la Assemblea de Catalunya. El pujolismo apenas tuvo vínculos con el antifranquismo unitario de la Assemblea. En aquellos años, Pujol iba, como se dice ahora, a su bola. No la política, sino "fer país" era su objetivo. Carod es hijo de las inquietudes de aquel tiempo, aunque, como sucede con otros pensadores y políticos de la historia del catalanismo (Rovira i Virgili, uno de sus preferidos, por ejemplo), su visión de Cataluña bebe de las dos matrices. No deja de ser interesante observar que, pasado el ciclo de Pujol, regresan, por caminos distintos, algunas de las preocupaciones y las voluntades que conformaron la Assemblea: unidad civil, consenso básico, colaboración en la diversidad, colaboración en la adversidad. El peso de Pujol ha sido enorme. Pero el sustrato anterior, en el que predominó la izquierda, era también muy poderoso. Los cambios de hoy parecen más comprensibles a la luz del pasado. La tradición tiene muchos colores.

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