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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Wilde y 'Wilde'

Los sonetos de Shakespeare se publicaron en 1609 con una dedicatoria misteriosa. Ni siquiera estaba firmada por Shakespeare, sino por el editor Thomas Thorpe, y tan sólo aparecían las iniciales W. H. A partir de entonces comenzaron las especulaciones sobre quién se escondía detrás de estas dos letras. Unos defendieron que se trataba de Henry Wriothesley, mecenas de Shakespeare, y que las letras se invirtieron por un descuido del impresor o por puro juego poético. Otros dijeron que W. H. era William Herbert, aunque Shakespeare y Herbert no se conocieron hasta 1598, cuando la mayoría de los sonetos ya habían sido escritos. Otros sostuvieron que Thorpe dedicaba los sonetos al mismo Shakespeare, o que el poeta se los dedicaba a sí mismo, y que la H era errata por S, es decir, W. S. y no W. H. Por fin, en 1766, Thomas Tyrwhitt interpretó ingeniosamente los sonetos y llegó a la conclusión de que W. H. era un tal William Hewes o Hughes, un joven actor que habría trabajado en la compañía de Shakespeare.

EL RETRATO DEL SEÑOR W. H.

Oscar Wilde.

Traducción de Alejandro Palomas

Alba. Barcelona, 2003

136 páginas. 13,50 euros

EL CLAVEL VERDE

Robert Hichens

Traducción de Santiago Roncagliolo

Odisea. Madrid, 2003

215 páginas. 15,75 euros

Esta última posibilidad fascinó a Oscar Wilde (1854-1900). Abría el campo a una interpretación más osada de los sonetos y de Shakespeare. La relación de amor -eros o philía- entre el poeta y el joven despertó su imaginación y Wilde fantaseó con un personaje a la altura de los sonetos y a la de sus deseos: un actor joven, vanidoso, excepcional sobre el escenario, de una belleza sobrehumana, oportunista y frío. Wilde persuadió a todos los que le rodeaban de la existencia de este personaje, y después escribió El retrato del señor W. H. para convencer al resto del mundo. Con ello nos legó el privilegio de leer a Shakespeare en su compañía. Pero en vez de publicar un ensayo al uso sobre el asunto, Wilde lo integró en un relato. Se confió a su principio más querido, según el cual es la naturaleza -o la realidad- la que imita al arte, y no al revés. Si todo iba bien la naturaleza terminaría por imitar al relato y William Hughes se haría realidad, aunque no hubiera ni un sólo documento que confirmase su existencia. Wilde acertó, porque a estas alturas no hay edición crítica de los sonetos de Shakespeare que no mencione a William Hughes.

El retrato del señor W. H.se

publicó en julio de 1889. Wilde, sin embargo, seguía obsesionado con la idea, y revisó la obra. En 1893 sus editores anunciaron una edición ampliada, pero cuando Wilde fue detenido se desentendieron del asunto y devolvieron el manuscrito a su casa. Los bienes del escritor se subastaron para pagar a sus acreedores y la versión definitiva de El retrato del señor W. H. se perdió. En 1921, sin que se sepa cómo ni por qué, apareció en Estados Unidos y allí se publicó por primera vez en su versión definitiva.

El clavel verde, de Robert Hichens (1864-1950), también se vio afectada por el juicio de Oscar Wilde. La novela se publicó anónimamente en septiembre de 1894, y fue tan bien recibida que se reeditó antes de que acabara el año, ya con el nombre del autor. Parte del éxito inicial se debió al anonimato: ¿podía ser obra del mismo Oscar Wilde, que aparecía caricaturizado en ella? Al año siguiente, Wilde fue condenado a dos años cárcel y trabajos forzados por "cometer actos sumamente indecentes con otras personas de sexo masculino", y la broma se agrió. El clavel verde se retiró de la circulación y no se volvió a publicar hasta 1949.

Hichens había coincidido en Egipto con lord Alfred Douglas, el amante de Oscar Wilde. Una vez en Londres, lord Alfred le presentó al escritor, y Hichens entonces decidió escribir una obra inspirada en sus nuevos amigos. El mismo autor definió El clavel verde como un entremés, y quizá se hubiera quedado en un cuadro de costumbres ameno e inteligente si uno de los protagonistas, Esmé Amarinth (Oscar Wilde), no hubiera pasado a la historia de la literatura. Aunque en la novela no hay más acción que la de un pequeño grupo de londinenses que se va a disfrutar de lo que consideran "las deliciosas absurdeces" del campo, el humor y las conversaciones nos devuelven a aquel fin de siglo y nos muestran la curiosidad con que la sociedad victoriana observó a un esteta como Oscar Wilde. En contraste con el Wilde de El retrato del señor W. H., el filólogo apasionado, el erudito y el escritor excepcional, el Wilde de Hichens es mundano, brillante y esnob. Los dos son Wilde, como todos somos el otro.

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