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Columna
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Dulce

Cuando en el verano de 1976 tomé la decisión de hacer un bachiller de letras, intuí, no sé por qué, que mi futuro sería menos boyante que el de un grumete de patera. El oficio que ahora desempeño, visto desde una perspectiva económica, no deja de ajustarse a aquel pronóstico. Vivir de las palabras es una bella aventura que implica riegos, zozobras, alegrías y periodos de una fecunda y necesaria incertidumbre. La prueba de que una labor literaria, yendo bien el asunto y gozando de un buen apoyo editorial, no permite más caprichos que pagar la hipoteca, el préstamo del coche y ciertas necesidades elementales, la vivo cada día y cada mes sin protestar por ello. Y si no me quejo demasiado es porque tengo muy asumido que en este país la literatura y la ciencia, el pensamiento y el arte, el progreso a fin de cuentas, interesan más bien poco.

La semana pasada, sin ir más lejos y con un día de diferencia, murieron dos figuras de cierto calado social. El domingo enterraron al Chava Jiménez, un ciclista que, al parecer, vivió demasiado deprisa, ascendió los puertos más empinados y dejó una estela fugaz pero honda entre quienes le conocieron bien. Más de dos mil incondicionales acudieron a su despedida y no hubo medio de comunicación oral, visual y escrito que no dejara extensa constancia del suceso. El jueves, sin embargo, murió en su casa de Madrid la escritora Dulce Chacón, una de las mujeres que más he querido y admirado. Con ella he compartido en los últimos años viajes, encuentros, conferencias y proyectos que se han fugado de pronto. Lo que Dulce ha hecho con su obra y desde su obra literaria merecía, sin duda alguna, un duelo tan amplio y sentido como el de José María Jiménez, pero ya sabemos que el talento de una escritora como ella y como tantas otras no generan la popularidad ni los beneficios materiales de un deportista de elite, de un cantante de OT o de un cantamañanas que vende la exclusiva de su vergonzante intimidad. Lo siento por el Chava, pero, sinceramente, me duele mucho más un golpe como el de Dulce Chacón, que ha dejado tanto por hacer y ha hecho tanto por nuestra memoria y por la dignidad de los que ahora están con ella.

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