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VISTO / OÍDO
Columna
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Nuestros esclavos

Supongamos que es verdad que hay más de dos millones y medio de inmigrantes en España; un 6% de la población total. Que las cifras de las estadísticas son reales y la mitad son lo que los nacionales llaman "ilegales": a los que ellos no les dan "papeles". Esclavos huidizos, distinguidos por sus diversos colores: trabajan por lo que se les dé, y hasta por algo de comida. O dan tirones de los bolsos, agarran un pan de una tienda y corren. Alguna vez he proyectado qué haría yo: le quitaría la merienda a un niño: los chicos se reponen enseguida. Cuando viví en su tierra también les robaba: era, en el fondo, un colono, y daba unas monedas a la campesina del zoco que vendía dos ajos, un poco de perejil y una taza de kéfir o de yogur.

Seguimos robándoles: no tanto como su propio régimen mohamedí. El tirón a la desgraciadísima anciana que se quedará sin pensión ese mes apenas bastará para cubrir lo que dejamos de pagarles por sus trabajos. Son nuestros ilotas, metecos, esclavos, periecos y algunas divisiones más: la democracia era de los pocos que tenían todos los derechos, los ciudadanos -derecho de ciudad-, aunque no de las ciudadanas, que no tenían todos los derechos. Cuando yo aprendía aquello sabía ya que la democracia griega era un cuento; años más tarde publiqué un libro sobre eso, e incluso dudaba ya de la democracia francesa real (aunque no de su teórica, de la Enciclopedia) que mantenía la división: "Derechos del hombre y del ciudadano": no es lo mismo ser sólo hombre que tener derecho de ciudad ("droit de cité").

La España que abolió la esclavitud, que salió de las colonias y se hizo demócrata un par de veces -la primera se la arrebataron por guerra civil, la segunda por dialéctica de leyes y lenguajes- tiene ahora esta alta esclavitud del legal o no legal: un 6% es mucho, pero bien contados deben ser más. Aumentan nuestra demografía cuando aquí ya preferimos el condón, la píldora o la homosexualidad; se matan en los accidentes laborales y el juez les quita la indemnización; entran en pozos, venden su sexo esperando la enfermedad consiguiente, y si aspiran a un poco más, se les puede repatriar. Repatriar, volver a la patria, tiene un bonito sentido de jota ("coro de repatriados") pero para ellos es la muerte. O volver a jugarse la vida en el mar. Bueno, ellos tienen mala suerte, pero nosotros no. Nos hacen el trabajo sucio: hasta el de chulos, hasta el de yonquis.

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