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Columna
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Permítanme estas licencias

Ahora que vamos de celebraciones de aquel gran consenso político, producto de la prudencia, de la trágica experiencia de la guerra civil, a la luz de la modernidad y de la rémora de la tradición..., ahora que celebramos el XXV aniversario de la Constitución, quiero recordar lo que escribió mi amigo Mario Onaindia de ella: "La Constitución es sagrada". Así tituló un artículo en el que defendía la vida de los perseguidos por el terrorismo, la seguridad y el honor de los discriminados por el nacionalismo vasco, la igualdad ante la supremacía prepotente de éste, en el que la Constitución se convertía en el amparo de los débiles. Para evitar, también, que se atentara conscientemente contra ella, porque por ese camino se acabaría legitimando el atentado contra ciudadanos, y para que otros no acabaran inconscientemente comportándose de forma aún peor. Que bajo la simpleza de que no hay que sacralizarla, se celebre su onomástica proponiendo con ligereza su reforma, sin atisbar, obsesionado en el enfrentamiento partidista, que proponer su reforma desde la unilateralidad, es también atentar contra ella.

Veinticinco años después de que el PNV rechazara el derecho de autodeterminación, se abstuviera en el referéndum constitucional, y cinco después del Pacto de Lizarra, la decisión de este partido de unir su futuro al de ETA y HB le ha llevado, como no podía ser de otra manera, un 3 de diciembre -también lo diría Mario, "la historia primero se ofrece como tragedia y se repite como farsa"- a Atutxa, junto con otros miembros de la Mesa del Parlamento, a los juzgados de Bilbao. Horas después era detenido Susper en Francia. O se dan prisa, o el soberanismo no será aprobado por referéndum en Euskadi antes de que ETA se disuelva. Si ETA desaparece antes no prosperará el plan Ibarretxe.

Tiempos de confusión en el que el anticonstitucionalista parece que es el progre. Tiempos en los que la celebración del consenso constitucional se celebra remarcando la diferencia y hasta el disenso. Y mientras todos miran a Euskadi, en Cataluña, Esquerra Republicana, cortejada por socialistas y nacionalistas moderados, va a potenciar de la mano de uno de ellos, el plan Rovira. Tanto nacionalismo periférico ha pasado de romántico a ser aburrido, y asumida esa sensación de aburrimiento se descubre de repente, como si de una revelación se tratara, que no es más que el viejo caciquismo provinciano, con ínfula de gran misión, para que unos cuantos puedan vivir a cuenta del destino histórico de su cortijo electoral. Los que no sean del cortijo lo tienen muy mal.

Este año de celebración lo observa la gallarda figura de la estatua de Sabino Arana. No hay manera de agradecer al Ayuntamiento de Bilbao y a sus promotores el hecho de que haya puesto de moda, haya convertido en referente del paisaje de la villa, justo enfrente de la estatua del bondadoso y sentimental Trueba, la figura del fundador del nacionalismo vasco... Ahí está, míralo, míralo, lea algunos de sus textos, y quizás pueda entonces entender por qué en Euskadi se mata por diferencias ideológicas o políticas. Quizás entienda ahora en qué momento de involución integrista nos encontramos en el País Vasco. Puede ser que a través de la presencia de la estatua se descubra que el nacionalismo está a la derecha de Zapatero y Aznar.

Después de entonar Els Segadors en el Nou Camp, en el mismo día de la Constitución, en la última entrada presidencial al estadio de Jordi Pujol, que parecía el encuentro con el Madrid un enfrentamiento de selecciones nacionales, en estos momentos gamberros de la política y del protocolo periférico, aunque sea en esos momentos, los republicanos debiéramos tener autorizado, con la banda de Eíbar incluida, entonar el Himno de Riego. La Marcha Real, que es muy meliflua, va a estar fuera de lugar en el encontronazo que viene si Dios, los obispos seguro que no, no lo remedia. Permítanme estas licencias.

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