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¡Al ataque!

Parece que ya podemos hablar de un Gobierno tripartito catalanista y de izquierdas en Cataluña, después de los interrogantes -pero también las precisas afirmaciones programáticas- que se han sucedido a lo largo de la campaña electoral y, sobre todo, de los posteriores diálogos para un pacto de gobierno que respetara las propuestas fundamentales de cada partido y subrayara sus coincidencias. Esta intensa y prolongada gestación ha concluido con la mejor solución política, pero, además, será la garantía de la cohesión y la estabilidad del futuro Gobierno porque ha obligado a matizar -¿pero también a clarificar?- los contenidos de los respectivos programas y a afirmar la conciencia colectiva frente a una nueva etapa en la historia del país. Maragall, Carod y Saura tienen en sus manos la posibilidad de esa nueva Cataluña que empezará con la solución de sus reivindicaciones más evidentes, desde el nuevo Estatuto con más alcance político y con una financiación más justa, hasta el desarrollo social y cultural y la reforma de la Administración y los planes territoriales. Hay que felicitar a esos tres líderes y a sus partidos porque han encontrado un buen camino, pero, sobre todo, hay que ofrecerles nuestra confianza y nuestro entusiasmo. ¡Enhorabuena!

Otra dato positivo: hacía años que no veíamos a los ciudadanos tan preocupados -¿categórica o anecdóticamente?- por la política. Eso ya indica un relativo y esperanzador cambio de coyuntura. Hemos vuelto a interesarnos por la política porque vemos que todavía la podemos rescatar de tanto conformismo repetitivo y de tantos consensos inútiles. Y ese interés ha ayudado a reformular algunos prejuicios. Se ha entendido, por ejemplo, que socialismo y catalanismo no eran contradictorios según la persistente mentira de ciertos sectarios, sino expresiones de un mismo principio y una misma experiencia, que se superponen y se interrelacionan. Se ha recordado que la derecha acaba pactando con la derecha, ofreciendo su nacionalismo a otro nacionalismo más furibundo y que, en cambio, la izquierda, a pesar del internacionalismo de clase, suele mantener el principio fundamental de la libertad de los pueblos. Ha habido ocasión para recordar, por ejemplo, que la Lliga pactó con Gil Robles y Lerroux y acabó financiando el franquismo, mientras las distintas y a menudo contradictorias izquierdas mantuvieron con las armas el pabellón de la autonomía republicana. El nacionalismo puede ser el disfraz de las derechas locales pero la libertad y la independencia son los fundamentos de las izquierdas. Es con esta nueva conciencia política con la que se justifica el pacto entre PSC, ERC e ICV y se acredita como catalanista y socialista en un contexto que por sí solo ya relativiza los extremos.

Jordi Pujol y su equipo hicieron una labor muy meritoria en los primeros años de la democracia posfranquista y les debemos la recuperación de una nación ferozmente amenazada. Los homenajes que les dedicamos y les dedicaremos responden al reconocimiento de este empuje en el que, acertadamente, se mezcló ideología identitaria y pragmatismo político, con resultados escasos pero inmediatos. Ahora la situación es otra muy distinta. A los tres partidos no se les pide testimonios ni permanencias estimulantes, sino el logro de una nueva función y una nueva estructura nacional, liberándola de las abusivas dependencias políticas, económicas y estructurales del Gobierno de Madrid y la aplicación de esa independencia al fomento económico, social y cultural del país. Aunque sea en fases sucesivas de aproximación, esas conquistas radicales en el campo de la eficacia de gobierno requieren una gran fuerza política. La unión de los tres partidos puede ofrecerla si se asegura su cohesión y si a ella se añaden pactos concretos con la cuarta fuerza catalana que habrá quedado fuera del Gobierno, para unificar así todo el abanico político catalán ante los temas más decisivos, que, al fin y al cabo, tendrán que ser aprobados en Madrid. Pero, para ello, en el Congreso de los Diputados tienen que cambiar los porcentajes de presencia política. Con una mayoría absoluta del PP no será posible nada de lo que han pedido la mayoría de los electores de Cataluña, por lo menos dentro de la legalidad democrática. Por lo tanto, la primera misión de los partidos catalanes será lograr la reducción de esa mayoría del PP en las próximas elecciones legislativas y orientar las influencias y las presiones políticas para situar a los demás partidos en favor de la causa catalana. Por lo tanto, la primera demostración de fuerza de la nueva Cataluña se producirá en las elecciones de marzo. Los tres partidos que están dispuestos a formar gobierno deben hacer un frente común en el asalto al Congreso. ¿Sería posible acudir a las elecciones como la coalición de una mayoría absoluta catalana? ¿Se podría lograr un papel más decisivo en la formación de gobierno en Madrid para inclinarlo hacia posiciones más cercanas a nuestras demandas? ¿A qué partido español habrá que apoyar según esa estrategia? No hay duda de que para liberarse de los anticatalanistas españoles hay que infiltrarse aunque sea provisionalmente en su estructura estatal. Y si no se triunfa en este ataque no habrá diálogo y el Gobierno catalanista y de izquierdas tendrá que ofrecer soluciones menos devotas de la legalidad y el pacto.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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