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¿Y si la AVL no sirviera para nada?

Vaya por delante que no me considero un tipo sospechoso de haber ejercido la crítica fácil a la dichosa Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL), ni siquiera el chiste cómodo, o el mohín reglamentario. Publicados están, y recogidos en libro, los artículos en que otorgaba un más que generoso margen de confianza de papel a una institución por la que algunos no han dado un euro desde el principio, y quién sabe si no eran estos los más clarividentes de entre nosotros. En realidad, lo más fácil ante cualquier iniciativa referida al espinoso asunto de la lengua entre valencianos es echarse las manos a la cabeza o moverla de derecha a izquierda mientras se ensaya una cantinela displicente más o menos estudiada. Al fin y al cabo, todavía no hace mucho que a pacíficos ciudadanos de este país les rompían la crisma por afirmar en público algo tan obvio como que el valenciano es una variedad de la lengua catalana. Como quiera que da la casualidad que estos mismos ciudadanos solían ser los usuarios más leales del idioma, es comprensible que a más de cuatro les pareciera una solemne estupidez la sola idea de sentar juntos, como entrañables y sobrevenidos padres de la patria (lingüística), a amigos y enemigos de las obviedades filológicas. Pero yo sigo pensando, al respecto, lo que pensaba hace tres años: que si la AVL es una sutura simbólica, es decir, una solución política al problema de la lengua, y funciona, entonces bienvenida sea, porque tampoco es cuestión de negar ahora las dimensiones reales de la fractura social ocasionada por el enfrentamiento lingüístico.

Da la sensación, en todo caso, que o bien este asunto se le ha escapado a alguien de las manos o que los actores elegidos para llevarlo a cabo no son los más indicados, o que el Partido Popular, que al fin y al cabo es su comadrona, no tiene realmente la menor intención de llevar ese barco hasta un puerto seguro. Razones para pensar así no me faltan. Como cualquier hijo de vecino, he seguido pacientemente las noticias que la AVL ha generado en prensa, además de las que me han llegado de fuentes mucho más directas. En ese crescendo, quizá la altura del despropósito se colmó hace poco cuando se supo hasta donde podían llegar sus más altos representantes en su obsesión contra las filtraciones: el jefe de prensa de la AVL se hizo pasar por un periodista para sonsacar a un académico sus filias "colaboracionistas" para con el cuarto poder. Pero esto, con ser grave, no es lo esencial del problema. Al fin y al cabo, todo el mundo conoce las urgencias con las que se elaboraron las listas de académicos. Esas prisas de última hora son sin duda las responsables de que allí coexistan personas de formación y comportamiento irreprochable con otras que no voy a calificar ahora, puesto que se califican ellas cada día con sus hechos y sus dichos, por más que la cúpula de la entidad pugne porque la prensa no se haga eco.

Pero el vaso no se colma porque algunos académicos sean más o menos devotos de cualquiera de las tres partes de El padrino, en versión granguiñolesca. Su majadería puede perjudicar a la institución -y, de rebote, a la lengua que dicen representar- sólo en parte. Lo que ya resulta intolerable es que los propios inventores de la criatura se aprovechen de esa coartada para pregonar allá donde tienen poder un "valenciano" desligado de la lengua catalana. Ahora se trata de que en las Escuelas Oficiales de Idiomas de toda España se puedan recibir clases de esta nueva lengua, aunque no sé si podrán resistir la previsible avalancha de demandas. Alguien ha insinuado que este nuevo furor particularista obedece a la proximidad de las elecciones. Si es así, estamos perdidos: ¿cuándo no hay unas elecciones a la vista, en este país, sean locales, generales o europeas? Si el Partido Popular sólo puede resultar fiable en condiciones de laboratorio, asépticas e ideales, lejos de la vorágine demoscópica, apaga y vámonos.

En resumen, tenemos AVL ¿y para qué nos sirve? Sin duda para que algunos afortunados (y no tengo absolutamente nada contra las loterías) se embolsen trescientos dólares -o los que sean- cada vez que sientan sus reales posaderas en el marco incomparable de Sant Miquel dels Reis. Pero si luego este prosaísmo ha de ir aparejado con una incompetencia manifiesta para hacer su trabajo, algo está fallando. Al fin y al cabo, sería esperable de la propia institución un plante decidido ante las injerencias políticas. ¿Por qué nadie en la Acadèmia dice nunca nada cuando el poder se olvida de para qué la creó y la suplanta con toda tranquilidad? Me gustaría que fuera la propia AVL la que nos dijera lo que tenemos que entender por valenciano (con toda la vaselina que el caso exija), aunque lo mejor es que se olvidara de las definiciones y comenzara a promover su uso social. ¿Es esto tan utópico?

Al final, lo peor que le puede pasar a la AVL no es que no sirva para nada. Lo peor sería que se convirtiera en la gran coartada del partido en el poder para continuar la galleguización sibilina del idioma. No servir para nada, en ese contexto, podría ser incluso el destino más honroso posible.

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Joan Garí

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