El anti-Bush
Para empezar, es de ley subrayar el civismo de los aficionados españoles al rock más gore, aunque el aspecto de muchos de los que acudieron al concierto de este enfant terrible norteamericano pudiera sugerir otra cosa. Civismo que se tradujo en ninguna reacción agresiva ante el hecho de haber pagado nada menos que 33 euros por 70 minutos de actuación de Manson. Si se compara el repertorio interpretado en otros países a lo largo de esta gira con el de Madrid, aquí tocó como poco cuatro o cinco canciones menos. ¿Por qué lo hizo? ¿Tal vez le desmotivó el hecho de que el recinto no estuviera del todo lleno? Quizá estuviera cansado...
Empezó la noche, eso sí, con la más que loable actitud de la telonera canadiense Peaches, que ya actuara hace unos meses en la capital como telonera de White Stripes. Peaches es una mezcla de stripper, rapper y electro-punk que actúa ligera de ropa y con toda la música y alguna que otra melodía vocal pregrabadas. Excelente en su propuesta provocativa y sin cortarse un pelo ante un público que evidentemente no había ido a verla a ella, interpretó los temas de su último disco, Fatherfucker, para lo que contó en holograma con el mismísimo Iggy Pop, que cantó con ella.
Marilyn Manson + Peaches.
Palacio de Vistalegre. 33 euros. Madrid, 4 de diciembre.
Tras Peaches, el escenario se disfrazó de negrura con toque gótico y Manson apareció sentado en un trono elevado a los sones de Theater. Junto a él, un cuarteto de músicos que, sonando juntos, no escondían el hecho de que mucha de la instrumentación y coros que podían apreciarse también venían enlatados. Al gentío que ocupaba tres cuartos del recinto no pareció importarle y saludó al antihéroe coreando los temas de su último disco, The Golden Age of Grotesque. Este álbum conformó la columna vertebral del espectáculo, aunque los mejores números interpretados fueran las versiones de Tainted love y Sweet dreams.
En cuanto a la puesta en escena, cierto es que Marilyn no defraudó y junto a dos señoritas, también levemente vestidas, el cantante encarnó esas pesadillas de Occidente, llenas de evocación de violencia, sexualidad sin freno y ausencia de veneración por los valores sagrados para, entre otros, el presidente de su país. Manson no juega a ser el anticristo, sino el anti-Bush y lo hace tan bien que algunos de los asistentes se preguntaban si en EE UU le permitirían simular en escena una fellatio o vestirse de Mickey Mouse con máscara de Hannibal Lecter. Manson terminará viviendo en Europa, lugar en el que el escándalo tiene otros parámetros. Por ejemplo, que la duración de un concierto de rock no se corresponda con lo oneroso de la entrada. Eso sí que es escandaloso.
Babelia
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