Estabilidad y crecimiento
El precio del euro puede complicar la tibia recuperación que se anticipa para Europa. La reacción de los mercados de divisas a la decisión adoptada ayer por el Banco Central Europeo (BCE) de mantener los tipos de interés en el 2% (el nivel fijado el pasado junio) ha sido una nueva apreciación de la moneda única hasta ese nuevo récord de 1,2150 dólares. En realidad, la apreciación del euro (del 13% en lo que va de año y del 28% desde abril del año pasado) no ha hecho sino endurecer las condiciones monetarias medias de la eurozona, a las que las empresas con una orientación más exportadora son más sensibles. Y este obstáculo al crecimiento es más importante cuando la demanda interna sigue debilitada en sus principales economías.
Apenas hizo ayer el presidente del BCE una referencia al tipo de cambio: se admite su capacidad de contención de la inflación, mediante el abaratamiento de las importaciones, pero no se tienen en cuenta las amenazas que puede ejercer sobre el crecimiento económico. Trichet parece más empeñado en influir en los gobiernos y en la Comisión acerca de las orientaciones de las políticas presupuestarias que en conseguir las condiciones monetarias adecuadas para la eurozona. Su enfrentamiento con el ministro de Finanzas alemán es sólo una muestra de una actitud poco propiciatoria a la normalización de una todavía precaria salud.
La reforma del Pacto de Estabilidad para configurar una disciplina fiscal común más racional y particularizada es de todo punto necesaria. Se deberían tomar en consideración señales adicionales a la evolución del déficit, como el crecimiento de la deuda pública, en su acepción más amplia; las necesidades de inversión de cada país; el grado de aplicación de reformas tendentes a conseguir una mayor productividad, y, no menos importante, la posición cíclica de cada economía. Todo ello, con el fin de garantizar la solvencia de la zona y la estabilidad de la moneda. Pero sin sacrificar ese otro propósito del pacto, el crecimiento, sin el cual, ni el BCE, ni los gobiernos aparentemente más ortodoxos, quedarán legitimados. Bueno será, por tanto, que unos y otros abandonen las refriegas retóricas y se dispongan a hacer creíble la coexistencia de una moneda única estable con el bienestar de los europeos.
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