Aprender a proteger
Recibo las últimas noticias sobre el proyecto de reforestación del Aljarafe, como también la preocupación de mis amigos de la Asociación Ecologista Alwadi-ira, de Alcalá de Guadaíra.
Cuando no ha quedado nada de lo que fue el reborde de la cornisa del Aljarafe, los responsables políticos hablan de su repoblación para una zona totalmente aniquilada por el hormigón urbano y habrá que ver cuántos espacios realmente libres se han salvado de la especulación. Se ha taponado las vaguadas, se han aniquilado los olivares y las antiguas vías pecuarias. El resultado es la ruptura del equilibrio del ecosistema natural y el agua corre por doquier.
Lógicamente, mis amigos alcalareños están preocupados, se les avecinan similares augurios para su pueblo, pues el plan urbanístico e industrial avanza de forma imparable y borrará todo indicio del paisaje rural de antaño. Yo, que pude observar su campo hace años haciendo la carta arqueológica, me lamento aun más recordando cómo quedará, por ejemplo, la hermosa vista de la campiña desde la Hacienda de San José de Buenavista, atravesada por el arroyo Guadairilla y el arroyo Maestre, y salpicada de yacimientos arqueológicos situados a lo largo de las viejas vías pecuarias.
¿Por qué existe la política de primero destruir y luego restaurar las ruinas? ¿Por qué los planes generales de ordenación urbana no comienzan por proteger de verdad la inestimable naturaleza que atesora nuestro patrimonio y que nos sustenta y oxigena? Estamos en tiempos en que el dinero todo lo compra, hasta la vida y la historia.
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