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VISTO / OÍDO
Columna
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En la flor de la edad

Puede que si Aznar hubiera previsto el éxito de sus últimos meses de gobierno no habría adelantado su retiro. Está en la flor de la edad del político de combate: ha dejado de importarle la realidad del idioma, la militar y la económica, la división de España y la de Europa, el desprestigio de Bush y el punto grave del mundo que no come y nos comería con gusto a nosotros. En realidad, han dejado de importarle las realidades de los demás, porque cree en la suya propia, y su ejército político de cerebros lavados le sigue con fascinación. Ve con desdén cómo el jefe de la oposición, Zapatero, le tiende la mano: y él le da la espalda. Preparó un debate-trampa -con el tipo de lenguaje que emplea y le enseñó su primer caído, Mayor Oreja- para llegar con olor a incienso y minutos de silencio, con su turno y su respuesta libre y el tiempo tasado para sus adversarios; dijo que aquí no hay más cera que la que arde y mesmerizó a Zapatero que, como si nunca hubiera habido millones de españoles en la calle contra la guerra, le propuso un arreglito. También es cierto que los españoles contra la guerra se han volatilizado.

El éxito de este político en la flor de la edad del guerrero quizá sea pírrico, y tal vez eso sea la coronación en su retirada. Poco a poco, las autonomías se van convirtiendo en la oposición única posible a la política imperial: para mí eso es malo por mis tendencias a la universalización, pero otros que no aceptaban estos nacionalismos los van viendo ahora como el combate a la fiera política. Hasta Madrid, tan vendido y tan roto, tan ocupado por los vándalos de la especulación, víctima primera del neoliberalismo contra la clase media y baja, piensa en un alcalde no ya de izquierdas, porque ésa se ha ido refugiando en los grupos sin parlamento, en los condenados de la tierra, pero con una cierta educación de derecha civilizada. Que no se hagan ilusiones: quizá una hidra, quizá una medusa, le devore. O las dos.

Queda poco tiempo, ya lo sabemos, para las elecciones. Las últimas previsiones son muy malas: pero nadie quiere aprovechar ese poco tiempo y prefieren dejar que el PP pierda la mayoría absoluta, que es como perderlo todo. Y que Rajoy no sea capaz de pelear como su padre y padrino en defensa del disparate. Precisamente esta alegación del "poco tiempo" parece una de las blanduras socialistas: nunca el tiempo es poco si lo que espera es el desastre.

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