Medio siglo de una catátrofe aérea
Somosierra recuerda a los 22 muertos en el accidente de un avión Bristol que se estrelló cerca del pueblo hace 50 años
"Mal tiempo. Volamos sobre Somosierra". El comandante Cañete no puede volver a comunicar con el aeropuerto de Barajas. Día 4 de diciembre de 1953, cinco y cuarto de la tarde. El piloto, para evitar las nubes, cambia el rumbo y retrocede para ganar altura. Una corriente de aire arrastra al bimotor Bristol 170 en un remolino sin fin. El aparato empieza a perder altura y el piloto enciende las luces que obligan a los pasajeros a ponerse el cinturón de seguridad y a no fumar. Doce metros de caída por segundo. Gritos de pánico. La tripulación hace todo lo que puede para enderezar el aparato. En vano.
El avión, de la compañía Aviaco y procedente de Bilbao, se estrella en la sierra Cebollera la Vieja, en el municipio de Somosierra, en una colina a 1.850 metros de altura, a 92 kilómetros de Madrid. Mueren 22 personas. Diez sobreviven, entre ellos José María Oriol y Urquijo, ex alcalde de Bilbao, presidente de Hidroeléctrica Española y miembro de la reputada familia de los Oriol y Urquijo. Los vecinos de Somosierra apenas habían visto aviones en aquella época ni, por supuesto, una catástrofe de tal magnitud.
"Tuve que pisar los cadáveres para buscar supervivientes", recuerda un testigo
Ahora se cumplen 50 años de aquel día que cambió la vida de las gentes de Somosierra. Para recordarlo, el Ayuntamiento ha organizado para hoy una misa a las 17.00, una exposición con recortes de prensa del accidente aéreo y una charla con algunos de los testigos que participaron en el rescate.
A las ocho de la tarde de aquel gélido 4 de diciembre, un mecánico del avión pudo comunicar por radio la catástrofe, pero no supo decir el punto exacto donde se encontraban los restos del aparato. En el pueblo se formaron dos expediciones de búsqueda. Al frente de una estaba al párroco del pueblo, Pablo Valdericeda. Una enfermera, Victoria Rodrigo, dirigía la otra.
La tarea no era fácil: hacía mucho frío, nevaba, el suelo estaba resbaladizo, hacía ventisca. Durante horas, los vecinos del pueblo buscaron el bimotor. Muchos de ellos, probablemente, sin haber visto nunca uno. Muchos tuvieron que abandonar la búsqueda debido a las magulladuras y las caídas. Otros no desistieron.
La noche se echó encima. Vivencio Torres y seis compañeros más hicieron una parada para fumarse un cigarrillo en medio de las montañas nevadas. Iban tapados con mantas hasta las orejas. Decidieron regresar al pueblo ante su fracaso. Todos empezaron a caminar, cabizbajos. Vivencio, entonces, se dio la vuelta, cogió su trompeta y la hizo sonar. "Tuuuuu". "Nos quedamos callados. De repente, se oyó un ruido como si alguien estuviese dando con un palo a una chapa: toc, toc", recordó ayer en Somosierra Vivencio, que ya ha cumplido 89 años. "Entonces dieron voces ellos, voces nosotros...", contó este octogenario. Eran las dos de la madrugada. La expedición dio con los restos del avión y con una imagen terrible: la de los restos quemados de los cadáveres, los supervivientes agonizando entre el fuselaje...
Han pasado 50 años, pero Vivencio no puede borrar de su mente los cadáveres calcinados en la nieve. "Tuve que pisar encima de ellos para ver si había más supervivientes. La azafata estaba debajo de un ala, aplastada como una sardina en lata", relató. Los heridos estaban ateridos de frío. Los vecinos que llegaron hasta ellos cogieron ropa de los muertos para abrigar a los vivos.
Uno de los vecinos rescató a una mujer que tenía las piernas segadas. No pudo hacer nada por ella: se le murió en los brazos.
En Somosierra se improvisó un hospital con 20 litros de sangre y 20 de plasma. Los vecinos siguieron ayudando cuando llegaron la Guardia Civil y los soldados enviados por Franco. La nieve y los casi 2.000 metros de altura donde se estrelló el avión obligaron a los equipos de rescate a bajar a los cadáveres en camillas y en burros. En muchos momentos las fuerzas de los vecinos flaquearon. "Para muchos campesinos ese día fue el peor de su vida", escribieron los cronistas.
Entre las víctimas estaba el matrimonio Tanganeli, apenas veinte días de casados. También pereció Rafael Escudero, jugador del Athletic de Bilbao.
El vínculo de los afectados por el accidente y los habitantes del pueblo no terminó ese invierno de 1953. Durante años, los familiares de las víctimas y de los supervivientes enviaron regalos a los niños de Somosierra. Uno de esos niños es ahora el alcalde del pueblo, Francisco Sanz (PSOE), y uno de los artífices del homenaje. "La familia Oriol regaló al pueblo un televisor. Mi madre todavía se acuerda de cómo las mujeres tuvieron que atender a los soldados que vinieron a ayudar", señaló.
El regidor lleva meses organizando el evento y ayer preparaba los últimos detalles en el edificio consistorial. "Es que ahora estamos acostumbrados a ver muertos por la televisión o en las películas, pero hace 50 años que alguien de un pueblo viese un cadáver calcinado era muy impactante", comentó. Sanz sólo ha podido localizar a un superviviente que sigue vivo: el diplomático norteamericano Paul J. Douglas. La prensa de la época reproduce las fotos del día en que su novia, una chica de Boston, le visitó en un hospital de Madrid. Douglas no podrá asistir hoy al homenaje. "Hablé con él hace muy poco. Está muy anciano, tenía la voz muy débil. Sólo pudo decirme: 'Escucha, una cosa así no se olvida nunca", concluyó el regidor.
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