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Columna
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Una pulsión erótica

Con un amplio muestrario de objetos, collages, fotografías, repartidos por mesas, vitrinas, paneles, hornacinas, se presenta en la galería Colón XVI de Bilbao la artista Carmen Calvo (Valencia, 1950).

A primera vista puede parecer que estamos ante una acumulación de objetos colocados de manera tan caprichosa como extravagante. Tras repetidas y atentas miradas se van descubriendo asociaciones de ideas -ya por afinidad, ya por contraste- a través de los objetos mostrados. Si el universo de la artista evoca el sadomasoquismo y la virtualidad más o menos extrauterina, con la intrusión de los objetos más dispares aquellas evocaciones cambian de criterio, para conformar metáforas simbólicas de otro signo.

El imaginario correspondiente al mundo de las muñecas y derivados roza el kitsch, aunque se sobrepone al introducir en momentos precisos otros objetos de razonadora contundencia expresiva.

Los objetos y estampas encontradas por Carmen Calvo en rastros, rastrillos e incluso vertederos, no son sino un viaje al pasado. Un tiempo que el presente trata de observar con clara conmiseración. Pese a la exhibiente pulsión erótica, un tanto mortecina, es verdad, hay una línea invisible que va pespunteando religiosidad a lo largo de la muestra. Lo mismo en los paneles, con la retahíla jerárquica de los exvotos, como en los ocho collages. Por cierto, en la suma de filias y fobias vertidas en los collages no importa tanto el valor de la grafía de los dibujos -no pasa de lo discreto- como el talento que atesora su imaginación.

Resulta inquietante que a algunos rostros, lo mismo objetos reales como los dibujados, se les prive de la libertad de mirar, tapándoles los ojos. Algo de esto ocurre con los dos cuadernos de una de las mesas, puesto que se nos impide atisbar qué hay en las páginas interiores. Respecto al todo, la exposición destaca por su atinada coherencia, a pesar de la innumerable diversidad de objetos que la componen.

En la galería Catálogo General hace su primera aparición el artista afincado en Barcelona Carlos Velilla (Zaragoza, 1950). Ha dejado huella en esta primera entrega con unos soplos de su saber. Desconocía adónde venía. No se ha olvidado de traerse una carpeta con siete solventes litografías suyas y once dibujos en acrílico y gouaches. Las litografías se ven enriquecidas con textos de los escritores Javier García Sánchez, Ignacio Martínez Sarrión, Enrique Vila-Matas, Pedro Zarraluki y otros. Ahora que ya sabe dónde ha venido, nos queda aguardar con atesoramiento el día memorable de su vuelta.

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