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Columna
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Talla pequeña

El tamaño no importa. Andábamos los varones preocupados estos últimos siglos a cuenta del tamaño en general (nos programaban ya desde muchachos para ser o desear ser grandes hombres o, al menos, hombretones, morroscos u homenots como los que glosó con sorna Josep Pla) y ahora resulta que no hace falta ser un chicarrón del norte ni para entrar en nuestra policía autonómica. Debemos dar las gracias al señor Balza, que desde la consejería de Interior ha propuesto reducir en cinco centímetros la estatura mínima exigible para ingresar en la Ertzaintza. Si prospera la propuesta del más alto mando (que tampoco es tan alto) de nuestra policía, cualquier ciudadano vasco del sexo masculino que roce el metro sesenta y cinco de estatura podrá engrosar (es un decir) el cuerpo que se forjó en Arkaute. En el caso de las mujeres, la estatura de las aspirantes se rebaja hasta el metro sesenta.

A los que la propuesta no les ha alegrado es a los sindicatos, que rechazan de plano la rebaja en centímetros ofrecida por Balza. Es natural: es como si de pronto, para ser abogado del Estado, bibliotecario o registrador de la propiedad se redujesen en un 30% los pesados y prolijos temarios. Claro que aquí el problema es el de una alarmante falta de vocaciones. La medida (o mejor, el recorte de medidas) no es un capricho ni una arbitrariedad. Cada día hay menos vascos y vascas que desean vestir el coqueto uniforme que diseñó, en tiempos más clementes, el conocido sastre Javier de Juana. Ser policía vasco hace tiempo que dejó de ser una bicoca. Ser policía vasco es ser un policía, nada más, tampoco nada menos. Un policía en Euskadi: para algunos un jodido cipayo, algo poco agradable y (como diría un autor latinoamericano) muy riesgoso. Por eso se rebaja la estatura que deben alcanzar los aspirantes a ingresar en las fuerzas del orden. Pasa lo mismo con los seminaristas: falta de vocaciones alarmante, pero la fe (por suerte para ellos y para las miríadas de monjas del llamado Tercer Mundo que pueblan los conventos vacíos de la antigua reserva espiritual de Occidente) no se puede medir en centímetros.

Resulta paradójico que en pleno proceso soberanista (o de reajuste de nuestra relación con el Estado o de amigable separación de bienes) se reduzca el tamaño de nuestros policías. El paisito (que diría Pedro Ugarte) va a tener, si prospera la medida de Balza, policías a juego. El modelo arquetípico del vasco se quiebra. Uno no se imagina una Ertzaintza compuesta por agentes de la talla de Aznar o de Javier Clemente. Uno, que ha nacido y crecido en un pequeño país en donde todo resultaba grande, el Gran Bilbao, el superpuerto, las txapelas o la Aste Nagusia, no se acostumbraría fácilmente a una Ertzaintza bonsai, pero todo es cuestión, imagino, de hacerse poco a poco a la idea. Tampoco el nuevo San Mamés será tan grande como los dirigentes rojiblancos deseaban. La catedral, al paso que llevamos, acabará en capilla. Todo mengua. Cada vez somos menos. Pero nos salvará, los queramos o no, la inmigración. La Ertzaintza podrá elevar su techo gracias a altos y atléticos senegaleses, zaireños o angoleños. Y, mientras tanto, no lo duden, lo único que seguirá creciendo será el precio de nuestros demenciales pisos.

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