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Columna
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El deterioro de Alcoi

No era preciso que la lluvia derribara unos edificios para advertir el precario estado en que se halla el centro histórico de Alcoi. Quienes, por uno u otro motivo, visitamos la población con alguna frecuencia, ya conocíamos la comprometida situación de esas barriadas. El deterioro del centro histórico de Alcoi no viene de días atrás; el lugar se arruina desde hace años, sin que, en ningún momento, se haya acertado a remediar la situación. Los primeros en percatarse de la decadencia fueron, naturalmente, los propios alcoyanos que vivían en estas calles que, en cuanto les fue posible, se mudaron al ensanche buscando unas viviendas más aireadas y confortables.

Tras los últimos derrumbes, Armando Vilaplana, portavoz socialista en el Ayuntamiento de Alcoi, ha reclamado un plan para recuperar el centro de la ciudad y evitar la especulación. Es una propuesta bienintencionada, pero que considero de escasa utilidad. En mi opinión, la única manera de salvar el caso antiguo de Alcoi es dejarlo en manos de los especuladores para que edifiquen con absoluta libertad. No tengo ninguna duda de que esos industriales harán lo necesario para rehabilitar la zona y, posiblemente, triunfarán en su empeño. Si algo hemos aprendido de estos asuntos, en los años pasados, es que la recuperación de un centro histórico no puede confiarse a las autoridades en ningún modo. En nuestra Comunidad Valenciana, los casos que conozco donde se ha actuado de tal manera se han saldado en un fracaso rotundo.

En otras poblaciones de nuestro país sí se ha logrado, sin embargo, regenerar los centros históricos con intervenciones promovidas por la iniciativa oficial, resueltas con fortuna. Las revistas de arquitectura han difundido, ensalzándolos, los ejemplos de Santiago, Bilbao, Girona o Vitoria, donde se ha operado una transformación muy positiva para sus habitantes y muy grata para el visitante. Si reparamos en el suceso, advertiremos que todas esas ciudades pertenecen a comunidades donde lo público aún mantiene un significado. En cambio, entre nosotros, lo público hace tiempo que se convirtió en el territorio donde los particulares hacen su negocio.

Que los especuladores construyan modernos edificios y se repueblen las barriadas, no quiere decir, desde luego, que el centro de Alcoi recupere su carácter de ciudad. Los alcoyanos tienen experiencias recientes en estas cuestiones que deberían bastar para alertarles y hacerles desconfiar de las promesas. Durante la época del alcalde Sanus, se edificaron algunas manzanas de viviendas en un intento de atajar el deterioro de la zona. Proyectadas por arquitectos de prestigio, muy competentes, las obras se realizaron con un indiscutible acierto formal. La bondad estética de las construcciones no sirvió, sin embargo, para mejorar el urbanismo del lugar, que continuó su imparable deterioro.

El decepcionante desenlace de la experiencia manifiesta el destino de estos planes cuando se acometen sin contar con los ciudadanos. La tentación del político de actuar en solitario es perpetua y, casi siempre, fruto de su impaciencia, cuando no de su vanidad. El fracaso de Alcoi enseña que no basta multiplicar las obras para regenerar una ciudad. En contra de lo que creen nuestros gobernantes, ésta es mucho más que una adición de edificios, por muy extraordinarios o extravagantes que algunos de ellos puedan resultar.

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