Noche de paseo para el Deportivo
El equipo gallego, jugando a medio gas, despeja su camino hacia los octavos de final ante un flojísimo AEK
Si se lo hubiese propuesto, el Deportivo seguramente se habría vengado en cabeza ajena del desastre de Mónaco. Pero es poco dado al ensañamiento, aun cuando las circunstancias le inviten a pisotear al rival. Así que prefirió tomarse el choque como un agradable paseo a la luz de la luna, aderezado de vez en cuando con algún toque de estilo. Todo más que suficiente para despejar su camino hacia los octavos de final.
Fue un partido ante un rival casi inexistente y que se vino abajo con el primer fallo de su defensa. Éste es el segundo año consecutivo del AEK en la Liga de Campeones y todavía no ha logrado ganar un solo partido. Viendo lo que se vio en Riazor, se entiende por qué. Y sigue sin entenderse en absoluto cómo el Deportivo dejó escapar la victoria en Atenas ante un equipo al que ni Tsartas salva de la mediocridad más absoluta.
DEPORTIVO 3 - AEK DE ATENAS 0
Deportivo: Molina; Héctor, César (Romero, m. 72), Andrade, Capdevila; Duscher, Sergio; Víctor (Scaloni, m. 69), Valerón (Luque, m. 59), Fran; y Pandiani.
AEK: Mihailidis; Zagorakis, Borbokis, Amponsah, Nalitzis; Kasapis (Kostenoglou, m. 43), Tsartas, Katsouranis, Lakis (Petkov, m. 73); Kapsis y Okkas (Konstantinidis, m. 77).
Goles: 1-0. M. 22. Fran envía al área y el despeje llega a Héctor, que lanza un potente derechazo que entra por la escuadra.
2-0. M. 51. Víctor progresa por la derecha y cede a Valerón, que marca de disparo ajustado. 3-0. M. 71. Pandiani se queda solo ante el portero y se la da a Luque, que empuja.
Árbitro: Michael Riley (Inglaterra). Amonestó a Kostenoglou.
Unos 20.000 espectadores en Riazor.
Héctor prueba que el descaro y la abnegación pueden elevarse sobre las virtudes futbolísticas
Al Deportivo le bastó con andar a medio gas ante un rival que demostró el valor anímico que puede tener en el fútbol un simple gol. Mientras mantuvo a resguardo su portería, el AEK hasta pareció firme en su primera línea, bastante más, en todo caso, de lo que había dejado ver en el choque de ida, con respecto al cual presentaba la novedad del gigantón africano Amponsah, un armario de ésos que meten miedo. Pero en cuanto cometió un error y facilitó el gol al Deportivo fue como si toda la defensa se hubiese inmateralizado de repente.
Los griegos habían aterrizado la víspera pregonando que venían a defender el orgullo del fútbol de su país. A poco más podían apelar. Eliminados ya de la Liga de Campeones, sólo tenían la remota esperanza de entrar en la repesca de la Copa de la UEFA y hacer algo de caja con los premios que la organización concede por cada punto conquistado. Y el AEK pareció tomárselo en serio, para sorpresa de los que esperaban un catenaccio con todas las letras helénicas. En lugar de meterse en la trinchera, los griegos llevaron su defensa hasta el círculo central, una apuesta de riesgo, como bien puede atestiguar el Deportivo, que hizo lo mismo en Mónaco y pasó lo que pasó. Pero el Depor de anoche tardó en escarbar en las debilidades del rival. Le faltó ese punto de vértigo que se requiere para romper una defensa adelantada. Y, como la zaga del AEK andaba lista para interceptar los envíos diagonales, el Depor quedó a expensas de algún invento de Valerón, discreto en la primera parte, y, sobre todo, de los arranques por la izquierda de Fran, el mejor del equipo. Claro que los griegos, pese a la distancia que pusieron con su área, resultaban inofensivos en cuanto traspasaban el medio campo. Sólo dieron un susto, por medio del único hombre que podía hacerlo, el etéreo y exquisito Tsartas, que con un trallazo desde casi 30 metros hizo retumbar el larguero de Molina.
El primer gol del Deportivo, que cambió decisivamente el panorama, nació, por supuesto, de Fran. El resto lo puso la amabilidad de la defensa visitante, que se tragó el remate de Víctor, posterior al centro del capitán, y consintió que Héctor clavase el gol, irrumpiendo desde atrás, con un tiro cruzado. El caso de Héctor mueve a la admiración. Es un futbolista con limitaciones, no cabe duda, pero lo suple todo gracias a su atrevimiento. Desde que llegó al Depor, procedente de la Segunda División, ha sido capaz de sobreponerse a todo: a las dudas sobre su calidad, a la pugna con el menguado Manuel Pablo, a las periódicas ausencias del equipo e incluso a alguna que otra actuación aciaga. Héctor es una prueba de que virtudes intangibles como el descaro y la abnegación pueden elevarse en ocasiones sobre los valores más estrictamente futbolísticos. Anoche, poco antes de marcar el gol, ya había conectado una gran volea que merodeó las inmediaciones del poste.
El gol de Héctor fue para el AEK como una ducha con algún producto cáustico. Aquella defensa que hasta entonces parecía tan apañadita se desbarató en una increíble sucesión de pifias. Cada intervención de la zaga griega resultó un despropósito. En los balones difíciles y en los fáciles. En los despejes y en los marcajes. En los centros y en las jugadas elaboradas. El partido empezó a parecerse a un abuso, a uno esos duelos al salir de clase entre los chicos de secundaria y el aula de parvulitos. Y el Depor se recreó. Un toquecito por aquí y una pared por allá, hasta incurrir por momentos en el barroquismo.
El partido podía haber estado resuelto en el descanso, pero el Depor se lo tomó con pachorra. El sabor de la humillación de Mónaco, aún reciente, debió invitarlo a apiadarse del AEK y ahorrarle un trago semejante. Aun así, la victoria fue concluyente. Y quedó la impresión de que, si se lo hubiese propuesto, podía haber resultado escandalosa.
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