Ley electoral

Después de cuatro años, y me ocurre por segunda vez, me siento una especie de paria, un ciudadano de segunda clase en la sociedad catalana. Mucho me temo que, a pesar de haber elegido, junto con muchos otros, la opción política más votada de las recientes elecciones catalanas, de nuevo voy a presenciar cómo los de siempre siguen gestionando sectores clave como la sanidad, la educación o la cultura. ¿Qué ocurre?, ¿soy menos catalán que los que votaron la opción triunfante? No, simplemente soy barcelonés. Es decir, por una extraña ley electoral, los votos de la provincia de Barcelona valen mucho menos que los de las otras tres provincias catalanas; en alguno de los casos, justo la mitad.

¿Es necesario realmente que el concepto de equidad territorial llegue tan lejos? Me considero aún catalán. El problema sin embargo es que no me interesan las patrias, y no me fío nada de los patriotas. ¿Debo ser castigado por ello? Pienso que al que le obsesiona el sentimiento nacionalista le ocurre lo mismo que a quien ante una pintura se preocupa más por la apariencia del marco que por la calidad del lienzo. Cuando el 16-N voté, sólo quería que finalmente Cataluña tuviera algo parecido a una política de izquierdas, no un Gobierno formado por la élite especializada en ocultar bajo una gran senyera unos servicios públicos a menudo propios de países con un nivel de renta bastante menor. Por lo que parece, muchos otros catalanes pensaron lo mismo. Ahora que vienen las negociaciones, ¿se tendrán en cuenta estas ganas de cambio?