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Reportaje:TENIS | La final de la Copa Davis

Una generación de oro

El equipo actual, incluyendo a Albert Costa, ha elevado el tenis español a su máxima potencia

En el aire siempre flota el mismo interrogante: ¿es mejor la actual generación española que la de las finales de la Copa Davis perdidas en 1965 y 1967? Es difícil evaluar las calidades de unos y otros porque la evolución del tenis desde aquellos históricos años ha sido brutal. "Ha cambiado todo", dice Manuel Orantes, campeón del Open de Estados Unidos en 1975 y del Masters en 1976; "los materiales con que se construyen las raquetas son distintos y permiten desarrollar una potencia muy superior a la que obtenías con una de madera. Y la preparación física también es distinta. Ahora se prima la fuerza y eso impide, en muchas ocasiones, el triunfo del talento".

Probablemente el tenis español no ha creado otro talento del calibre de Manolo Santana. Fue el líder de un grupo que disputó a Australia dos veces el título y resultó, a través de sus éxitos en Roland Garros (1961 y 1964), el Open de Estados Unidos (1965) y, sobre todo, Wimbledon (1966) una pieza clave en el desarrollo de su deporte. Él abrió el camino del futuro y obligó a la federación nacional a desarrollar un plan de construcción de instalaciones que permitió su popularización. Y quizá habría ganado el trofeo si Andrés Gimeno no se hubiera pasado al profesionalismo en 1960, cuando estaban por llegar sus mejores años.

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Aquella generación fue posiblemente tan grande como la de hoy. Entre todos ganaron seis títulos del Grand Slam y un Masters y disputaron otras tres finales grandes. Pero sus máximos exponentes nunca coincidieron en el equipo en sus momentos más dulces. Cuando Santana explotó, Gimeno ya no estaba. Y, cuando Orantes sublimaba su juego, Santana estaba en su etapa final. Joan Gisbert, finalista del Open de Australia en 1968 y capaz de lo mejor y lo peor en el mismo partido, y José Luis Arilla, campeón júnior de Roland Garros que vio truncada su carrera por una lesión, eran buenos compañeros de viaje. Pero al equipo le faltaba otra estrella.

Ésa circunstancia se repitió cuando, tras 20 años de sequía, Sergi Bruguera tensó el hilo de la historia y unió en 1993 y 1994 su nombre al de aquéllos al ganar también Roland Garros. Durante un tiempo fue considerado el mejor del mundo en tierra batida. Pero nunca consiguió, formando equipo con Emilio Sánchez Vicario, pasar de la segunda ronda en la Davis; fundamentalmente, por las guerras internas en el conjunto.

Hubo que esperar otro salto generacional para ganar la ensaladera. La llegada de Àlex Corretja y Albert Costa y su convivencia con Juan Carlos Ferrero y Carlos Moyà elevó el listón de tal forma que cualquier objetivo parecía asumible. En 2000, al fin, España ganó la Davis, a pesar de no contar con Moyà, porque el potencial era tremendo y se dio un pacto que permitió al G-4, los capitanes, actuar con libertad y tomar sin riesgo de críticas decisiones impopulares como la de sentar a Corretja en los individuales.

Estos tenistas han demostrado ya su madurez y su calidad no sólo en la Davis, sino también uno a uno. El equipo finalista, incluyendo a Albert Costa, cuenta con dos números uno mundiales: Moyà y Ferrero; suma tres títulos de Roland Garros y uno del Masters, y tres finales parisienses -dos entre españoles-, una del Open de Australia y otra del de Estados Unidos. En los últimos diez años han conquistado cinco grand slams y un Masters y jugado siete finales.

Todo ello, además, adornado por los cinco títulos y las diez finales de Arantxa Sánchez Vicario y Conchita Martínez y sus cinco triunfos en la Copa Federación.

Carlos Moyà, ayer, durante el primer entrenamiento del conjunto español en la pista Rod Laver.
Carlos Moyà, ayer, durante el primer entrenamiento del conjunto español en la pista Rod Laver.EFE

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